Desde hace 9 años, la grabación de Campamento Krypton me sume en una especie en la que, durante un par de semanas, mi tiempo libre está dedicado a consumir audiovisual del tema elegido, sumiéndome en un trance absoluto en la que no existe nada más. Como si Goku se encerrara en la sala del tiempo y el espacio para… leer cómics y ver películas. En la última ocasión, ha sido ver horas y horas de programas infantiles en el archivo de RTVE y Youtube.

Mientras recorría la evolución del género, sentía que había dos puntos clave que marcaban un antes y un después. Una, claro está, es el triunfo de Club Megatrix y el resto de clubs, que marca el triunfo del contenedor de series y la inexorable decadencia de este género. Y antes… pues la que yo ya percibía percibía como su cúspide: la emisión de La bola de cristal. Y seré sincero: era una percepción acertada.

Listos para el aplauso sanitario

Es una de las piedras de toque de los crecidos en los 80, especialmente si son de izquierdas o del PSOE. Ya sabéis la cantinela: la movida para niños, el que enseñaba Marxismo a los críos, solo ni puedes con amigos sí, Batman podría existir. No es que esos niños se enteraran de nada. Piensen ustedes que gente como Isabel Díaz Ayuso creció viéndola, disfrutando de sus grupos, su música y sus mensajes adoctrinantes y ahí la tienen, mejorando la vida de los madrileños.

En todo caso, creo que le hicimos justicia, con sus aciertos y sus fallos. Unas primera temporada definitivamente flojilla que el recuerdo colectivo ha borrado, como fruto de un hechizo del Doctor Extraño. Nadie se ha preocupado por reivindicar a esos presentadores humanos que andaban dando vueltas por ahí y que hacían que el programa fuera mucho más convencional. La leyenda también se ha encargado de minimizar las aventuras de Miguel Ángel Valero haciendo de detective y las irregulares secciones con Pablo Carbonell, Pedro Reyes y otros talentosos cocainómanos.

Pero los aciertos estaban ahí: la selección musical, documentando mejor que nadie una época efervescente y rompedora para lo nuestro. La recuperación, rarísima por la época, de series acojonantes, pura “golden age of TV” los sábados por la mañana. Los tours de force de Gurruchaga, haciendo de su propio padre lo o cascándose un especial glam-rock totalmente revelador para mucho chaval… y por supuesto, el universo extraño, artificial, recargado, catastrófico y, a veces, aterrador de los Electroduendes. Rockeó nuestra vida, que diría César Martín. A medida que he ido aprendiendo sobre la historia del medio, he ido apreciando más y más su singularidad. Sencillamente: no se ha hecho una cosa igual en todo el mundo, mientras que cosas como, pongamos, el Superguay y el Cajón desastre, las tienen a paladas en cualquier país de occidente.

Suele olvidarse el dato que, cuando en TVE comprobaron la popularidad de estos bichos, les regalaron su propio espacio. Los martes a las 18.30, y durante un par de temporadas, el fragmento más famoso del programa se difundía para alborozo de los menos madrugadores, contribuyendo así a asentar este mito y dándoles entidad propia por encima de la propia Bola. Fruto de esa fama, imagino, apareció un artefacto que me tenía absolutamente fascinado: la Tele-Revista Electroduendes, que los propios protagonistas anunciaban en su programa.

En principio, la propuesta era un puto sueño hecho realidad. Al menos para mí, un niño alucinado con los tebeos y que, encima adoraba a estos personajes. El resultado me dejó un poco frío, y estoy bastante convencido de que no fui el único. Esto, unido a su corta trayectoria, la ha convertido en un artefacto olvidado incluso para los propios fans del show.

Los propios electroduentes eran los protagonistas de la portada y la primera historieta. Maese Sonoro, el Hada Vídeo y compañía vivían aquí una serie de aventuras que salían de su tenebrosa mazmorra de cables para situarles en el mundo exterior, más allá de esas cromas o decorados de cartón que se usaban en la serie. Se iban al campo, a la playa (!) o inventaban alguna movida, mientras la BrujaAvería trataba de fundirlos, para terminar todo con los protagonistas huyendo despavoridos. “Es Avería, huyamos”, es el diálogo más repetido en los tebeos.

Lista para una furiosa cancelación

 

El arte de Antonio Navarro es correcto, con un puntito a lo ilustrador de libro de texto, pero los guiones quedaban bastante menos subversivos que los de la TV. Sorprende comprobar que detrás de ellos está el mismísimo Santiago de Alba, guionista del programa de TV y responsable de muchos de esos inolvidables episodios. OK: el tipo nos regaló más de sus impagables rimas, pero ese tono más amable rebajaba algunos de los motivos que los hicieron tan queridos. Muchos teníamos un terror absoluto, y por tanto una fascinación increíble, con la figura de esta bruja que en muchos programas, triunfaba en su malvada misión y DESINTEGRABA al resto de personajes entre risas. Tíos… ¡que mataba a los buenos, uno por uno! Esta subversión del cuento convencional, con los héroes deteniendo al causante del mal, me producía un tremendo desasosiego. Nada terminaba así, excepto este programa y algún cómic de Bruguera en la que Mortadelo y Filemón acababan convertidos en vampiros o alguna movida semejante.

Pero aunque esta encarnación de los personajes estrella, principal reclamo, era decepcionante, la revista creí que merecía la pena. Principalmente porque su selección de cómic importado era un pequeño tesoro, recuperando grandes series del tebeo de la misma manera que el programa de TV recuperaba Los Munster o Embrujada.

Renaciendo cual Ave Félix

Félix el gato fue una estrella de la animación durante décadas, pero en los 80 estaba bastante olvidado. Sin embargo, a veces nos llegaba algún recordatorio de su popularidad: aquel juego de la NES, los guiños de Todd McFarlane… y esta recuperación de su magnífico cómic a cargo de Otto Messmer.

Aquí, Félix iba de planeta en planeta por el universo metiéndose en unos líos deliciosos más cercanos a los viajes de Alicia que a cualquier aventura de Flash Gordon. Como digo, para muchos, el primer contacto con un clásico que mi madre recordaba disfrutar de niña y que fue recuperado por Dibbuks… con poco éxito de público, me temo.

También se optó por recuperar las aventuras de Hagar el Terrible, que algún lector recordará mejor como Olaf u Olafo, y que otros no recordarán de nada en absoluto porque no tenía dibujos. En este caso no teníamos las tiras de prensa de Dick Browne, sino unas páginas dominicales remontadas para encajar en la maqueta de la revista, provocando un extraño efecto donde los chistes se resolvían en el siguiente número y cosas así. La historia tenía una ligera continuidad y cuando no, pues se cascaban un texto de apoyo inventando algo y p’alante. Minucias: Hagar es el vikingo más guay de la historia, por encima de cualquier ciclao de pelis para tuiteros o animaciones escandinavas…

LOL: Si te ríes pierdes en Amazon TV

El último acierto, este ya más reciente, consistió en descubrirnos a Los Rolfos, un cómic italiano muy popular a cargo de Adriano Carvenali, que debutaba aquí ante el público español. Los Ronfos, o Ronquis en su segunda aparición en nuestro mercado, son una especie de mapaches inteligentes… o algo así, que traen por el camino de la amargura al resto de los animales, hacen travesuras y cuentan chistes malos a la altura de los de El Intermedio. Un pequeño clásico de la historieta italiana que aquí apenas hemos olido, ni vamos a oler, me temo.

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También italiana era la de la niña Rafi, a la postre, una suerte de mascota del Club de los Electroduendes. Porque, por supuesto, los electroduendes tenía que tener el club, aunque lo llevara una niña que no tenía nada que ver con ellos. Es como si el Club Freddy Krueger (que lo hubo) te llegara una carta firmada por Victor Sándoval dándote la bienvenida: los dos dan miedo, pero uno no tiene tanta gracia.

Rafi, obra de Grazia Nidasio, es una serie de gran calado en Italia, pero que creo no encajaba demasiado dentro de esta colección de tebeos con fantasía o trasfondo mítico. Era una niña que le pasaban cositas y se metía en líos yendo a esquiar y cosas así, utilizando el recurso del diario de la protagonista para cotnar sus aventurillas, muy blancas y con edificantes moralejas tipo “los abuelos deberían de ser eternos” y tal.

Antonio Moreno repitió con una historia de aventurillas llamada Ojancano, que no tuvo mucha oportunida de desarrollar su trama a lo MOT de Azpiri, con gente y dragones que van de un mundo a otro. También me flipa que el grupo Acuarela consiguiera su propia tira cómica. Esta ya olvidada formación fue la única apuesta seria para suplir a Parchís y Enrique y Ana. Pero Acuarela, la verdad, nunca terminó de cuajar a nivel popular, ni siquiera con maniobras como estas o con canciones compuestas por Sherpa… pero de eso hablamos por aquí hace ya muchos años. 

La escena de la comedia

La revista se complentaba con los habituales pasatiempos, unos cuentos recortables, para que el crío estuviera entretenido un rato con las tijeras y las típicas fichas y secciones culturales de relleno… aunque he de destacar una doble página comentando las diferentes especies de dinosaurios que molaba mogollón. Y que sigue molando, porque los dinosaurios, mientras sigan extintos, van a molar siempre. Ojo: mientras sigan extintos.

Ucrania ucraniando

 

Como mencioné al principo, esta publicación no gozó con el favor del público, y fue cancelada tras apenas 8 entregas. No se puede decir que no lo intentaran: los personajes la anunciaban en TV y contenía regalos con mucha frecuencia, como diferentes pegatinas, recortables y hasta un juego de mesa en el que La bruja avería ataca el Pirulí, que raro es que no recupere algún canal de juegos de mesa.

 

Con tan escasa trayectoria es comprensible que estas aventuras hayan quedado olvidadas. Si recopiláramos todo el material en un único volumen… apenas sumarían unas 32 páginas que no están ni escaneadas en estos tiempos que corren. Antonio Moreno ha tenido una exitosa carrera en el cómic y la animación: ojalá él se animara a recuperar su obra aquí incluida, aunque supongo que no es más que una anécdota que le dio trabajo durante cuatro meses en unos años aún formativos y que ya quedan muy lejos… como cualquier vocación de hacer una TV para críos que suponga un mínimo desafío, supongo. Solo acuérdense del TPH Club… o un Twitch andorrano del Clash Royale.

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