Turu-tururu-turu-turu-tururu catacum-cum-catacum
Bienvenidos a una nueva entrega de El Hombre y la Chancla, espacio pluscuamperfecto y pirohipoantimonítico que llega a sus casas por cortesía de Pyjamarama! (Las Parvadas de Wally Week!) y empresas Pillanueva Puf, Homenajeando a Superlópez desde 1992
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Interesante contradicción: conforme evolucionan los sistemas de comunicación, más autistas y ensimismados encontramos a los humanos. Con esta frase, les estamos ahorrando el visionado de tostones cinematográficos como «Kairo» y su versión estadounidense, «Pulse». Gracias a internet, la tasa de embobamiento ante la tele ha disminuido, ante el atractivo abanico de posibilidades de agilipollamiento que nos brinda el monitor del ordenador. Y gracias a la telefonía móvil, hemos conseguido crear una utilidad en una dependencia absoluta, un montón de inutilidades en necesidades y una serie de privilegios en derechos a exigir. Es decir, que la gente se ha vuelto de un gilipollas subido que asusta y, para confirmarlo, el equipo de El Hombre y la Chancla ha dedicado dieciocho meses al estudio de campo del tema.


Veamos las distintas trayectorias que puede tomar la visita de un gilipollas a un distribuidor de telefonía móvil:
—Hola, buenos días.
—Buenos días, dígame.
—Una consultita…
Primer bache. El significado de la palabra «consulta» se ha difuminado horriblemente durante los últimos años, generalmente por culpa de la terminología rimbombante que se usa en atención telefónica: «Tenga la bondad de aguardar un instante, mientras accedo a la aplicación, no se retire, gracias…» en lugar de «Un momento, por favor». Pero claro, eso resultaría ofensivo y reduciría el tiempo de la llamada a un tercio, sería indigno. En cuanto al diminutivo, a esa «consultita»… veamos las tres posibilidades.
Introducción:
Compré aquí este teléfono hace tiempo, y… / Saco aquí todos los teléfonos, y… / He hecho uno o varios contratos con vosotros, y…
(Mal comienzo. Algo va a pedir, que se hace el simpático o está dejando claro que es un cliente antiguo y fiel)
Consultita 1. El gilipollas saca unos papeles con el membrete del operador y los desdobla.
ALTO: el distribuidor NO lleva la facturación. Es cosa del operador, es quien le factura y le cobra, no importa dónde haya sacado usted el contrato. Sin embargo, como si de un ritual druídico se tratase, es imprescindible pasar por el siguiente diálogo:
—¿Pero no me lo puede mirar usted?
—No, lo siento, tiene usted que reclamar al operador, llame a atención al cliente.
—He llamado muchas veces y no me lo coge nadie, me salta una máquina y no hay forma de que…
—¿Qué dice usted para que le atiendan?
(La gente se ha aprendido el truquito de la máquina porque no le sale de los huevos llamar por teléfono y punto.)
—Pues… (duda, juguetea con la factura)… que quiero hablar con un operador.
—Le habrá dicho que le diga el motivo por el que llama, para pasarle con el departamento apropiado. ¿Qué ha dicho usted?
(La gente no sabe que el tipo que les está atendiendo también ha tenido que llamar a ese número unas cuantas veces y sabe perfectamente cómo funciona. Viéndose pillado, cambia de tercio a otro lugar común)
—Nada más que me lo cogen extranjeros, que no saben ni hablar… (ve que el rollito xenófobo no funciona y trata de arreglarlo)… que no me entienden o no les entiendo yo… y me dicen que esto y que lo otro y que total, me tienen toda la tarde llamando y no me arreglan nada.
—Pues lo siento, pero tienen que hacerlo ellos.
(el gilipollas señala al ordenador)
—¿Y usted no me lo puede mirar ahí?
(La gente ha visto demasiadas películas en las que los ordenadores son omnipotentes, y cualquiera que se siente tras ellos y aporree teclas tiene acceso a cualquier información. La gente tiende a pensar que se les está engañando por pereza o por escurrir el bulto. Fuera como fuese, la gente parece no escuchar la primera respuesta, esa en la que se dijo «no, lo siento, etcétera».)
—Pues no, lo siento. Tiene que llamar a tal o cuál número, son gratuitos. Diga «facturación» y se lo cogerán.
—¿Y no puede llamar usted, que entiende más de estas cosas?
(Al fin, el gilipollas se revela. La palabra «consultita» significa, en realidad, «vengo a que me lo haga usted, que es más cómodo y encima es gratis»)
La escena termina con una afirmación a regañadientes o bien con una repetición de la negativa y el gilipollas abandonando el distribuidor echando pestes y asegurando que se va a dar de baja. En cuanto a esto último, ver más adelante.
Consultita 2. El gilipollas entrelaza los dedos.
—Quería dar de baja una línea.
—Tiene que llamar a atención al cliente y solicitarla. Las tiendas no damos bajas.
(el gilipollas sonríe con pinta de «me unto las tostadas con mermelada y cinismo cada mañana»)
—Pero altas sí, ¿no?
Exacto: las tiendas venden. Se facilita lo que al operador le interesa que se facilite, es decir, hacer dinero. Para las bajas es todo mucho más difícil, como ya sabrán por un buen puñado de sketches de esos programas supergraciosos que se fotocopian unos a otros. La conversación puede tomar aquí dos derroteros:
—Esto es una vergüenza, lo fácil que lo ponen para darse de alta, y luego… es para denunciarlos, desde luego.
—Pues sí, seguramente. Pienso igual que usted. (El secreto del éxito: ponerse de su lado. Lo único que la gente necesita para sonreír es que se le dé la razón).
—¿Entonces llamo adónde, me has dicho?
Se le repite el número o se le apunta en un papelito, y se larga con viento fresco. Por el contrario, el camino a tomar puede ser el siguiente:
—O sea, que no me lo quieres hacer.
—No es que no quiera, a mí me daría igual hacérselo (con tal de que se fuera usted a tomar por culo cuanto antes), pero no tengo posibilidad, lo siento. Lo hace el operador directamente.
—Me parece muy bien, para vender os dejáis la piel, pero luego para ayudar a la gente… Pues lo que voy a hacer es dar todas las líneas de baja y punto.
El educado personaje se larga refunfuñando y protestando. Maldice que la puerta sea automática y corredera por no poder dar un portazo al salir.
Consultita 3. El gilipollas saca un móvil y lo deja sobre la mesa.
—Os compré este móvil hace tiempo, los compro todos aquí… (ya saben, es como el «érase una vez» en los cuentos)
Las opciones suelen ser tres, pero en esta entrega sólo veremos la primera de ellas:
A.- No me funciona bien.
El gilipollas explica lo que (cree que) le pasa al teléfono. Para ganar tiempo, el distribuidor le quita la tapa, le saca la batería, mira que la tarjeta SIM esté bien puesta y no esté anticuada… y si todas las comprobaciones indican que, efectivamente, al móvil le pasa algo:
—Va a haber que enviarlo a reparar.
—¿Cómo, no me dan otro?
Junto a «consulta» hay otra palabra que no se termina de ver clara. Esa es «garantía». Y, ciertamente, al cliente le corresponde un terminal nuevo en garantía, pero sólo en caso de que no tenga reparación y no sea debido a mal uso (óxido, golpes…; aunque nadie moja ni golpea los teléfonos nunca, ni los someten a temperaturas extremas, ni los dejan cargando doce horas seguidas, ni les quitan la batería sin apagarlos, ni se los dejan a los bebés para que jueguen con ellos y chupen bien el conector de carga…).
—Pues no. Esto se envía y el fabricante determina si se puede reparar o le corresponde otro.
—De todas maneras me ha salido malísimo (como si fuera un guisado o, no sé, un melón). Me falla desde el primer día, la batería no le dura nada y …
El «le dura poco la batería» es muy útil, porque es imposible de comprobar en el momento. Mucha gente lo suele utilizar para devolver un teléfono que se ha llevado y de pronto ha decidido que no le gusta y quiere otro. Aparte, hay que ver qué es «durar poco la batería», y pensar que cuantas más mierdas tenga un chisme, más tira de batería aunque no se usen. O cuánto uso se le da. O las cargas que se hacen. Finalmente, queda la minúscula posibilidad de que la batería esté mal de verdad.
—Lo siento mucho, pero si han pasado más de diez días, tiene que ir al fabricante. (Además, si le falla desde el primer día, haber venido el segundo día. O qué pasa, que has estado muy liado durante los once últimos meses)
—(refunfuña) Pero me dejáis uno mientras tanto, ¿no?
Sujeto a disponibilidad. Los operadores se encargan de suministrar teléfonos destinados a préstamo a los distribuidores, la cantidad, los modelos y con la frecuencia que les da la gana. Hay quienes se quedan con el teléfono de préstamo porque le devuelven el suyo sin reparar por las razones antes descritas. O los devuelven estropeados. Como nadie quiere oír hablar de pagar un depósito por un teléfono de préstamo, hay quienes no lo cobran. Mal hecho.
—Lo siento mucho, pero ahora no dispongo de ninguno (o bien:) Si lo necesita con bluetooth, lo siento mucho, pero no tengo ahora mismo.
—¿Y qué hago yo sin teléfono?
No sé, seguro que tiene usted alguno antiguo en su casa, porque todos sabemos que son objetos atesorables. Y si no, conoce al menos a dos personas que pueden dejarle uno. En caso contrario, lo más probable es que tampoco tenga a nadie que le llame o a quien llamar, de modo que puede estar un tiempo sin móvil y no pasará nada. Por último, siempre le queda la opción de buscar otro sitio que tenga teléfonos de préstamo y dejar el suyo allí a reparar. O, no sé, váyanse a tomar por culo usted y su teléfono roto.
—Bueno, vale, pues envíalo.
—¿Trae la factura?
—Lo compré aquí.
—¿Trae la factura? Hay que enviarlo con factura.
Señala al ordenador. ¿Recuerdan? Esa ventana mágica. Eso que saluda al profesor Falken y es capaz de iniciar una guerra a nivel mundial si se pulsan las teclas adecuadas.
—¿No me la puedes sacar tú?
La respuesta en este caso debería de ser «La factura es responsabilidad suya, no mía. Si es usted un irresponsable, se jode y baila. Le avisé de que guardase la factura durante dos años.» Pero por no calentar más el horno, uno se pone a buscar la factura por IMEI (el identificador del teléfono) y si por algún error informático o porque el cabrón embustero lo ha comprado en otro sitio no aparece la factura, habrá sudores fríos para todos. En un alto porcentaje de casos, el gilipollas da rienda suelta a la conocida amenaza: ME DOY DE BAJA.
Esto lo veremos con más profundidad en el siguiente programa, pues se nos ha acabado el tiempo por hoy. Sólo adelantarles que al distribuidor se la suele soplar que usted se dé de baja, se vaya a otro operador o se vaya a hacer de portería en un torneo de teto. Permanezcan atentos a sus pantallas, que aún quedan los viejos que «no entienden de esto, mire a ver si usted me puede…» y los que quieren renovar su móvil pero, por supuesto, «no piensan pagar ni un duro». Hasta entonces, esto ha sido El Hombre y la Chancla. Sean felices.
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Ningún inocente fue llamado gilipollas durante la realización de este artículo.