Uno de los primeros proyectos de la Trinca en su adorada Gestmusic, sino el primero – a quién vamos a engañar, aquí el único que se documenta para los artículos es Pornosawa, el resto tiramos de nuestra ajada y falible memoria – ofrecía una propuesta innovadora en el mundo del concurso de sobremesa: un programa de humor cuyo objetivo era no reír. Más o menos como me pasa a mí con el show de Buenafuente, que parece que lo hacen aposta.

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De no ser por ellos, Nuria Fergó sería hoy cajera de Caprabo

¡VENGADORES, REUNÍOS!
Hubo una época en que no era tan fácil reunir a un buen equipo de humoristas, ya que no estaba a mano el recurso fácil de coger a cualquier zaguango que salga en Paramount Comedy y darle una sección en un programa. De una serie de arduas pruebas en la Sala de Peligro de TVE, salieron triunfantes cinco titanes del humor, pioneros del ejército de humoristas que habría de pasar por el programa en sus varios años de emisión: A Chicho Gordillo, reducto del humor simplista e inocente de los 60, carne de programas como Un, Dos, Tres, y Magín, un tipo del que no recuerdo más que el nombre, así que con esos datos podría ser mi padre biológico, se sumaron tres personajes que a muchos de ustedes sonarán:

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¡Una limosna para un ex-leproso…!

PACO AGUILAR
Se respira vieja escuela en su hacer, embadurnado de todos los tópicos del humorista andaluz antes de salir a escena, sin olvidar, por supuesto, los chistes verdes patéticos rescatados de uno de esos libros que te regala tu cuñado por el Amigo Invisible. Y es que uno no concibe el humor español sin un inicio como “Eso do mariquita que s’encuentran en el puente de Triana y le dise uno a otro: Oshe maricón…”. Se echaba la mano a la mejilla cuando hacía de maruja (la mayoría de los chistes), recurría a sagas del tipo Capitán, que vienen los indios, y gustaba de dar detalles gastronómicos sin venir mucho a cuento: “tú ponno otro buchito vino güeno, con su pansito y su’ buena loncha de jamón”, todo para terminar en «Que tú ni ere Batman ni na».

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Soy yo, señor Frodo. Soy su Marianico.

MARIANICO EL CORTO
El humor de este paisano está destinado a los que dicen “papa” en lugar de “papá”, a los que levantan y sacuden el tractor para preguntar a su padre si ya es hora de volver a casa, es el tipo de humor que uno espera disfrutar en compañía de unos huevos fritos con chistorra. El problema está en que ni siquiera a los maños les suele hacer gracia que se abuse tanto del acento (de hecho, sé de buena tinta que a muchos les jode), y los chistes de paletos son viejos desde el mismo momento en que se inventan. Marianico terminó por abandonar el programa debido en parte a que durante la tanda final, en que todos los humoristas se reunían en una escalera e iban rotando para contar chistes al finalista e intentar que se riese, el pobrecillo tenía que poner más cuidado en que no se lo llevasen por delante sus compañeros que en atinar con los chistes. Años después, protagonizó un accidente espectacular en Gran Prix de Verano, al tirarse de cabeza por una rampa para hacerse el simpático y estortollarse un brazo en la caída. La cara de Ramón García al explicar la repentina ausencia del invitado no tenía nada que envidiar a la de Arias Navarro en la transmisión que todos conocemos y parodiamos.

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Cartel del próximo Viña Rock. Tranquilos, seguro que Obús y Barón Rojo se apuntan tarde o temprano.

PEDRO REYES
En todo aquel universo de humor típico y tópico, él aportaba la nota discordante. Ya nos había deslumbrado con sus idas de perola tiempo antes en la hoy mitificada Bola de Cristal (¿alguien se compró los DVD?), y en No te Rías que es Peor no iba a ser menos: se plantaba ante los concursantes y empezaba a canturrear insensateces – como Pau Donés haría años más tarde – y contar historias cuyo hilo sólo parecía estar siguiendo él. Su atuendo aún resultaba más rompedor, al combinar la camiseta blanca de tirantes, de las de lucir los pelánganos del pecho, con una suerte de chaquetas brillantes en plan lentejuela celofanera. Siempre era el que más escándalo hacía en la tanda final, y aunque Paco Aguilar lideraba la cuadrilla, era él de quien provenían los gritos de “¡Un poquito de compá, por favó, un poquito de compá!” y las famosas tonadillas “Dos huevos fritos se están peleando” y “Que no te peines con mi peine, niña, porque tiene liendres”. Últimamente le hemos visto recurriendo a la opción que marca la crisis definitiva de un artista: participar en un concurso del estilo de “Mira quién baila”.
De las posteriores incorporaciones, en las que podríamos mencionar a Kimbo (nooo, asúca no), Cassen (el cura de Amanece que no es Poco) y Paloma Hurtado (de las hermanas ídem), resulta inevitable reseñar dos:

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Como la única foto que he encontrado es muy pequeña, pues pongo además una de Bebé Sinclair, que también daba como mucha risa

EMILIO LAGUNA
El programa pretendía ser un sumario del humor español en todas las escalas, y aunque Paco Aguilar solía meter maricas en sus chistes, faltaba alguien que le diese el toque ramalazo final (que si lo haces en la fase The Pit, podrás luchar contra Reptile). Y es que no lo podíamos evitar, a los españoles del siglo XX nos hacía gracia el mariconeo vil. Fue este el motivo de reclutamiento de Emilio Laguna, un actor de tercera fila que siempre hace de tío con mala leche, de loca reconcentrada, de pécora o de todo a la vez, y que parece que lo haya dibujado Hergé. Su gracia principal consistía en humor de ancianas beatas o salidas, de marujas, de mujeres cursis, algunos chistes de niños con “colitas y culetes” y a veces se ponía a cantar cuplés a lo locuela total. Notoria fue su colaboración con Paloma Hurtado en la escenificación de la isa que dice “quiero que te pongas la mantilla blanca, quiero que te pongas la mantilla azul…”, mientras la mayor de las tacañonas se volvía loca cambiándose mantillas a toda velocidad. Más perturbador que el vídeo de Björk en que la persigue un gorila.

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Aparecía en el Ghosts’n Goblins si disparabas cien veces sobre la cuarta lápida. En serio, tío, un amigo de mi primo lo hizo.

EL SEÑOR BARRAGÁN
Pero aún faltaba una asignatura en esta compleja universidad del humor: aquellos chistes de mocos, pedos y suciedades, aquel rincón oscuro del sexo con calcetines sudados. Y he aquí que hizo su entrada Manuel Barragán, el embajador de la ponzoña. Salía al escenario con su pinta de mendigo de historieta de Escobar, se subía la cinturilla de los pantalones y, con esa suave cadencia y fingida tontería, saludaba con su “Hola cómo estamo, bien cómo estamo, y tú cómo estamo, bien cómo estamo”, y luego soltaba cada perla por la boca que raro se me hace que a día de hoy no tenga un puesto en una concejalía. Aquí, no obstante, se cortaba un poco, dado que la sobremesa no era un buen momento para contar aquella divertida anécdota menstrual que le supuso un pescozón en los tiempos en que trabajaba con Arús (y cuando salía hurgándose la nariz en “La Casa por la Ventana”, con el tío raro aquel que se llamaba Camarieri; la Fura dels Baus aún tienen mucho que aprender). Solía repetir chistes, abusando especialmente de alguno de sus clásicos, como el de con qué se emborrachan los pingüinos, y en general daba tanto asco que por fuerza tenía que ser el favorito de muchos de nosotros. Cuentan los rumores que ha vuelto (pero no en forma de chapa), y por lo visto ha participado con alguna de sus genialidades en el ameno foro Electroduendes.net, que aquellos que echen de menos el llorado foro de Viruete deberían visitar ya de una vez a ver si se les quitan las ansias .
BIENVENIDOS A NOCHE DE MIEDO

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Como no saque el gadgeto-cuello, le va a asfixiar la camisa.

Con semejante elenco de supermendas, hacía falta un buen líder, que supiera mantener al grupo unido y en equilibrio (y como siempre, Tormenta nunca llegó a asumir el mando). El primero se trataba ni más ni menos que de Jordi Estadella, ese hombre que se ha ganado mi eterna devoción por haber puesto voz al Inspector Gadget. Solía ser bastante irónico con los concursantes, lanzándoles alguna puyita de vez en cuando, pero a la hora de la verdad incluso parecía que se alegrase sinceramente cuando los concursantes se llevaban buenos regalos, y sabía mantener esa cara de póker con la que nos deleitó años más tarde en El Semáforo, mientras Cañita Brava cantaba aquello de «O caldo de María sabe mal».

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No me extraña que tenga esa cara, siempre le tocaba a él meterse en la ducha

Después hizo su entrada el sempiterno Ramón García, que desde aquella se enquistó en TVE y no había forma de sacarlo ni con pinzas y aceite. Presentador de galas, anfitrión de las campanadas, ayatollah del rock’n roll, conductor del mencionado Gran Prix de Verano y otras delicias como ¿Qué apostamos?, único español en terminarse el Jet Set Willy , el típico yerno que todas las mujeres quieren tener y un tipo al que la gente tiene tirria por alguna razón desconocida, porque el pobre tiene pinta de ser un pedazo de pan y no diría mierda aunque le rezumase por los ojos.

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Esta imagen ha desterrado del primer puesto de mis pesadillas recurrentes a esa de cagar algo que se mueva.

La tercera en discordia fue la campeona de la histeria, Miriam Díaz Aroca. Se me hace pesada, pesada, pesada. Su manía de reírse por todo, sus silbiditos, la pose de estárselo pasando mejor incluso que los concursantes y el público juntos, y esa sensación de que a partir de su cerebro podrían sintetizarse todo tipo de drogas de diseño, la convierten en un coñazo de persona. Creo recordar que en su etapa participó el mongolo de Jaimito Borromeo, al que he ignorado a propósito. Lo siento por este señor, sé que se tiene que ganar la vida, pero digo yo que también podría haberse dedicado a instalar pladur, que se paga muy bien.

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No te esfuerces, con esas patillas nadie te tomará en serio.

La cuarta etapa del ya por entonces agonizante concurso estuvo presentada por un tío al que no recordaba y cuyo nombre he tenido que mirar en Internet: Miguel Ortiz. Como a estas alturas el programa ya no valía ni para tomar por saco, ni siquiera me he molestado en informarme de quién es. De lo que estoy seguro es de que en su casa lo conocen, y eso ya es suficiente honra para él.
SI TE RÍES, TE ESCOÑO
La primera parte del programa consistía en la visita individual de cada humorista con su pepla particular, y cada risa o sonrisilla por parte de los concursantes les sumaba un punto negativo. Una especie de versión japonesa del programa, Gaki no tsukai, sustituye la inofensiva pérdida de puntos por la visita de unos tíos disfrazados de espantajos y armados con garrotes que azotan al que cae en la tentación de sonreírse siquiera. Aquí la verdad es que los culos del personal estaban totalmente a salvo – siempre y cuando vigilasen a Emilio Laguna -, porque risa, lo que se dice risa, había bien poca. Cuando tocaba el pito que anunciaba el fin de tiempo, los sufridos concursantes hacían como que se reían, fingiendo haber estado aguantándose durante la actuación del humorista, algo que los televidentes, que nos podíamos reír todo cuanto quisiéramos, no hacíamos pese a todo. De modo que era todo un detallazo de condescendencia por parte de los concursantes.

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Versión primigenia del típico test de «Personajes de ayer» para excel, que todo el mundo rellena en horas de oficina

De aquí se pasaba a una costumbre que los concursos de hoy en día han perdido: la fase de panel. En este caso, el amado Tebeo Doble, así llamado porque se trataba de una suerte de juego de memoria, de esos de hacer parejas, pero con la novedad de que había que emparejar a cada personaje de tebeo con quien correspondiese (Zipi y Zape, Morcillón y Babalí, Marta y Marilia, Paco Ortega e Isabel Montero, etc.). Por cada acierto antes de que terminase el tiempo, el concursante sumaba un dinerillo que se llevaba a casa de todas todas, aunque no ganase el concurso general. Y esta era la única parte del programa que realmente inspiraba sonrisas a los concursantes. Después el Tebeo Doble cambió a los personajes de tebeo por la gente del programa, de manera que tenías que localizar las dos fotos de Pedro Reyes, las dos de Paco Aguilar, y tal, y aunque el juego de palabras (Tebeo, ya saben) se quedó cojo, no hubo huevos de cambiarle el nombre a la prueba.
RÍETE UNO POQUIIIIIIIIIITO
No todo iba a ser tan fácil. Sentarse en una silla y poner cara de palo no es algo que merezca un premio – si acaso un sueldo de subdirector -, de modo que tras los humoristas y el Tebeo Doble se pasaba al careo, en el que los dos concursantes se enfrentaban entre sí con un doble objetivo: hacer reírse al otro y superar en ridículo a los propios humoristas del programa. Y vaya si lo hacían. Primero tenían que hacer un numerito que traían preparado de casa, normalmente poniéndose algún sombrero chorra y hablando como si les hubiera dado un aire, cantando bobadas y, lo más bajo de todo, recurriendo al “andaaaa ríeteeeee, vengaaaaa, ríeteeeeeee” que utilizas con tu novia cuando se ha cabreado contigo por olvidarte de grabarle el episodio de Las Chicas Gilmore y tratas por todos los medios de que se le pase el globo.

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Sí, Santiago: yo tenía la misma cara viendo Torrente 3. La de la chica, me refiero.

Después, el presentador les proponía alguna prueba en plan gincana. Eran cosas como hablar al revés, escenificar un trozo de película o imitar animales, algo que no se te ocurriría jamás hacer en una fiesta con tus amigos, pero que misteriosamente en la tele no te importa, y eso que te ve más gente y corres el riesgo de que alguien lo grabe y te martirice con ello el resto de tus días. Lo usual era que en estas pruebas se riese más el que hacía el oso que al que le tocaba aguantarse la risa, que se cagaba de miedo pensando “joder, y esto mismo lo voy a tener que hacer yo dentro de un rato”, o bien “madre mía, ¿yo también he estado tan ridículo?”.
FALTA DE DINERO, DOLOR SIN IGUAL

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El ambiente respirado en el plató era similar al de esta imagen

Se sumaban los puntos negativos de todas las pruebas, y como normalmente no se había reído ni dios, tenían que recurrir a una prueba de desempate, que por suerte nada tenía que ver con la risa, o aún estarían en el plató los desgraciados, varios años después, intentando desempatar sin éxito. Mi prueba de desempate favorita era una batalla de rimas al más puro estilo “espada con insultos rimados” de Plander Island(tm). El primero al que no se le ocurriese ninguna réplica, o repitiese alguna rima, perdía. Claro que a veces los nervios traicionaban al concursante, como la vez que andaban una chica y un viejo con la retahíla: “pareces un animal”, “lo tuyo no es muy normal”, “pues tú sí que estás fatal», “te mandaré al hospital”, la chica le dijo “tú eres un criminal”, y el viejo se sintió ofendido, se le fue la cabeza y le soltó “y tú una asesina”. Todavía nos estamos riendo en mi casa. El vencedor se sentaba en una butaca ante la escalinata de la gran final, y a una señal (y tú una asesina), el equipo de humoristas al completo se iban rotando para intentar lo que generalmente no habían conseguido durante el resto del programa. Más a cuenta les habría salido hacer una batalla de globos de agua y descontarle puntos al concursante por cada impacto recibido, pero en fin.

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El amoto y el arradio, voy a ser la envidia de to’ Villalba

Y ya con todos los bártulos bien recogidos y sus penalizadores al corriente, el vencedor se encaramaba de nuevo al Tebeo Doble, sólo que esta vez contenía premios. Había que tachar una serie de casillas, que en principio se correspondían con los puntos negativos que el concursante había acumulado (y creo que había un mínimo, porque me acuerdo de que no se habían reído tanto como para tener tanta casilla tachada), y después se iban mostrando las demás casillas. Le correspondía llevarse cada premio del que no hubiera tachado ninguna de las dos fotos. Y vaya premios: al consabido coche, el apartamento en la playa, el millón de pesetas y el viaje, se sumaban regalos gilipollescos e inútiles de la talla de una muñeca chochona, un huevo de dos yemas (seguro que tenía truco), un desatascador o un disco de Alex y Cristina (nunca juegues al póker con alguien que se apellida Rosenvinge).
VARIACIONES
Como estaban hartos de tener que recurrir al desempate, al equipo creativo se le ocurrió incluir una prueba que pasaría a ser un clásico del programa: “la cacharrería”, que consistía en que el público sacaba cachivaches que supuestamente habían traído desde casa (a saber, en la televisión es todo mentira), y el presentador compraba uno por una pequeña suma, con objeto de dárselo a los concursantes y ver qué se les ocurría que se podía hacer con él. Lejos de armar bombas o localizadores de posición como McGyver, los concursantes se ponían a decir tonterías con el cacharro en la mano, a razón de tres usos cada uno (o sea, que si sacaban unos labios de gominola, lo iban a tener crudo). Por ejemplo, si el objeto es una bocina, pues puede servir para echar a las visitas pesadas, para dar un discurso usando la pera como micrófono y para imitar la voz de Carmen Machí. Entonces llamaban a uno o dos humoristas – generalmente, Aguilar y Barragán – y les daban el objeto , haciéndoles la misma pregunta que a los concursantes. Estos se ponían a decir paridas, y por cada una que coincidiese con una que previamente había dicho un concursante, dicho concursante ganaba un punto (o se descontaba un negativo, lo que fuese). Lo malo era que los humoristas, con objeto de dar mucha risa, solían ser bastante rebuscados y pocas veces coincidían. Volviendo al ejemplo de la bocina, nos encontraríamos con “eto e mu güeno pa tomá la’ uva’ en fin de año si la agüela etá sorda” (gracia-tipo de Aguilar) o “para suplir carencias, compreeende” (diría Barragán, poniéndose la bocina a la altura de la chorra).

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Tres usos para este objeto: estafar a la gente, poner verde la muñeca y enmohecer olvidado en la esquina de un cajón

Otro cambio significativo fue en la única parte que verdaderamente merecía la pena: la actuación de los concursantes. Cambiaron la mecánica del careo por un escenario al que salía cada uno individualmente a hacer el pollaboba, y después se decidía quién había hecho más gracia, con el método TONGO LERONGO, porque esos sistemas de votaciones de los concursos tienen menos credibilidad que las tácticas de Maturana.
Para concluir, indicar que, muy en la línea de los concursos de antes, hubo algunos programas especiales. Y lo menos que se puede decir de ellos es que al menos se veía dedicación y algo de curro detrás, como en aquella edición en que se enfrentaron Gorbachov y Bush, participando a base de imágenes montadas y un doblaje chorra bastante gracioso – o sea, muy parecido a los documentales de Michael Moore-. Finalmente fue el soviético quien se alzó con la victoria, ganando, eso sí, un solo premio, debido a que «se había reído lo suyo» durante todo el programa (especialmente cuando Bush explicó cómo para hacer globos para las ferias, inflaba a las vacas soplándoles por el culo – ¡verídico!). El premio fue ni más ni menos que el famoso desatascador.
Hoy ya no se hacen concursos así, y la verdad es que se agradece, porque están de lo más desfasado, como ya demostró Un, Dos, Tres… ¡Fracaso Esta Vez!, presentado por Luis Roderas, el primer prototipo de presentador diseñado por Cyberdine Systems. Ahora todo lo que no sea o muy cultural (Pasapalabra, Saber y Ganar) o muy gilipollas (Smonka o lo de las cajas) ya no interesa. Y corren rumores de que Marianico el Corto se embarcó en los Puertos Grises, de modo que los humoristas están volviendo a su tierra, señalando con esto el fin de la tercera edad.