Desde luego, hay que ver a que lleva la falta de ideas. A resucitar cadáveres como el del 1,2,3. Que hoy día, y con más de 10 años no hay quien se trague esto. Ustedes lo saben. Yo lo sé. Y seguramente, Chicho también lo sabe. Aunque la gente dice que «ya no es lo mismo» el problema es que sí que es lo mismo. Si ya les digo yo que la nostalgia es mala consejera. Y la fórmula, ya lo sabíamos, está gastada y anticuada, y de hecho, ya en su día tenía ese tufillo a revista rancia que tanto gusta a su creador.

Los recuerdos tengo yo más vívidos sobre el programa son los relacionados con su mascota El chollo. Esta mascota sólo duró una temporada, pero mi hermano y yo estábamos encantados con él. A nosotros esa suerte de pera rosa, de aspecto chicloso y masticable nos resultaba adorable. Visto hoy en día tiene pinta de ser un ultracapitalista votante del PP que fumaba purotes ¿Reig? ¿O de esos «Dux» que anuncia el Arús? El muñeco no estaba exento de cierto parecido con Jesús Gil. Pero la cosa quedaba resultona, a los chavales les gustaba y hubo, pues, cierto demanda de merchandising. De entre todos los productos uno de los más destacados fue el juego de tablero La carrera del chollo.

El invento de marras era la reproducción del propio juego que los concursantes jugaban en un momento dado del programa. Los premios no los recuerdo, pero por algún motivo era para mí uno de los momentos más divertidos del programa. Con lo cual cuando los reyes tuvieron en bien acceder a mi petición y traérmelo no cabía en mí de gozo. Esta versión domésica fue comercializada por Dalmau, quien en su día nos trajo la mítica caja roja, no de Bombones Nestlé, sino del Dungeons & Dragons.

Número de gente que les gustó Street Fighter: la película.
El juego tenía el mismo mecanismo que La oca o cualquier juego de estos sencillitos. Uno tiraba dados, y según la casilla en la que caía podía avanzar o retroceder algunas o bien contestar algunas preguntas, con el objetivo de llegar primero a la última casilla. Algunas casillas tenían un efecto asociado, si bien su variedad no era especialmente grande. Y ya. Claro, era un juego para la tele, con lo cual no nos íbamos a explicarles aquí las reglas del Advance Squad Leader.

«Cuando al hombre primitivo se le ocurrió inventar la escritura para que Miguel pudiera escribir sus cartas a Margarita, el papel aún no se fabricaba. Se utilizó la hoja de Papyro, las pieles de inocentes ovejas (pergaminos), hasta que se cayó en la cuenta de que, con trapos y fibras viejas, se podía fabricar el papel. ¿Sabe Ud. En qué siglo empezó a fabricarse el papel?».

Lu-Luh, Ultra Magnus y Crash tienen algunos problemas con las preguntas del juego, los pobres.

Agüita lo que se enrollan para preguntar la chorrada de marras. Ahora imagínense a un grupo de niños de entre 8 y 10 años leyendo todas esas tonterías para hacer una pregunta de la que seguramente todos desconocían la respuesta. Es normal, pues, que los antiguos propietarios de La Carrera..terminaran por escribir sus propias cuestiones en el reverso de las preguntas, tales como «¿cuál es el mejor jugador del Madrid» y otras semejantes de temas de interés general.»

Llegamos a la parte más celebrada del juego, al menos por los criajos, que no era otra que el propio Chollo y una suerte de primos suyos que poblaban el tablero, de diferentes colores, y, seguramente sabores, pues eran de una apariencia claramente comestible.

WEEEEE ESAS PIBITAS
Ahí los tienen. El Saltachollo te hacía avanzar hasta el siguiente saltachollo, lo que los científicos modernos han llamado «de oca a oca». Aquí no cabe la menor duda: es una pera, una pera que seguramente sometida a un abuso de sustancias químicas que provocaron en ella ese estado de euforia descontrolada que la hacen saltar sin parar. Si queréis conocerle, creo que pasa pirujillas en alguna nave industrial, digo… templo del techno de Torrejón.
El Aerochollo, por su parte, iba más chulo que un ocho, volando en esa suerte de helicóptero bastón que lo propulsa por los cielos infinitos. Aunque no dejéis que os engañe su apariencia inocente, pues debajo de esa levita que asoma por detrás esconde varios misiles destinados a algún líder palestino. Ah, y te hacía volver a tirar y saltarte a las fichas rivales. Sus colegas le llamaban, por motivos obvios, El trueno azul. Como este amor, que es azul.

El Retrochollo era, por su parte, el primo raro de la familia, siempre haciendo cosas raras. Podríamos compararlo a Screech de Salvados por la campana o a Norm Fisher de Mis problemas con las verduras. Esta última serie no os sonará mucho: es porque no existe, me la he inventado yo, pero creedme si os digo que Norm Fisher es un tío raro, raro, raro, ahí el tío al revés.

El Retrochollo gusta del techno-pop de los 80, lleva chapitas de V (de la serie, no de Viruete) en el abrigo y opina que el remake de Starky y Hutch es un sacrilegio. ¡Pero si sale Ben Stiller! A lo que íbamos. El Retrochollo es, además de un posible visitante de nuestra web, un tío un poco cabrito, ya que te hacía retroceder hasta el retrochollo más cercano. Le suponemos un origen asiático, así que es bien posible que estuviera versado en las místicas artes del kung-fu, ya que, como todos sabemos, todos los chinos saben artes marciales.

Este trío de coloridos chollos eran, junto al ufano madero del Chemáforo, lo más celebrado del juego, ya que equiparaba al extraño ser a los pitufos, dándonos a entender la posibilidad de que existiera un país de chollos con todo tipo de estereotipos haciendo de las suyas.

La otra casilla que quería destacar era la del misterioso Chanchullo. Cuando jugábamos de pequeños, nadie sabíamos que leches era un chanchullo. Eso sí, tenía muy mala pinta, algo así como un chollo corrupto, con cara de mala idea y contando los billetes que se había trajinado, lo cual nos vuelve a traer a la mente la comparación con Jesús Gil. Era, sin duda, el espacio más traidor, ya que la ficha que caía ahí podía tomar el lugar de la rival más destacada y mandar a ésta a La Chancadilla (que te hacía perder un turno).

El setse completaba con unos billetes que no servían para absolutamente nada, ya que eran entregados al ganar. Vamos, que si te dedicabas a contar quien había ganado más carreras el resultado es el mismo. Pero ¿y lo bien que quedaban dentro de la caja? Y además, que duda cabe, el dinero de mentira mola. Un juego del chollo no podía ser tal sin los billetes de juguetes. Y poca cosa más, la verdad

Su éxito llevó a la creación de una secuela, El país del Antichollo (o sea, España), con una temática cercana al terror de una película de la Hammer pero con el bicharraco ese dando vueltas por ahí. Nuestro rosado amigo también protagonizó un sonado concurso en los tebeos de Bruguera de la época, y después de esto no se volvió a saber nada de él. La siguiente edición tuvo como mascotas al Boom y al Crack, y después volvió la sempiterna Ruperto, que por algún motivo se había hecho con la simpatía del respetable. Ya saben, el que se compra el último de Bisbal, se lee el Marca en el bar y está felicísimo con el enlace del Príncipe. Pues ese mismo, gente como usted y como yo, los que aún ven el 1,2,3 y le compraron a sus hijos en su día La carrera del chollo.