Cada vez que tengo que cuidar a mis sobrinas (fíjense que no las llamo las Wallysobrinas o algo así, nadie diría que esto es un blog, ¿eh?), siento que he alcanzado la madurez plena. Cierto, mi afición por los juegos de mesa se ha acentuado hasta lo enfermizo, y me río a carcajadas con los tebeos, cosa que de pequeño no hice nunca. Es posible que sea más selectivo con los dibujos animados, pero mucho más radical con los que me gustan. Y aún sustituyo los finales de las estrofas de las canciones por palabrotas, qué le vamos a hacer.
Pero por otra parte, he empezado a comprender que los niños pueden ser verdaderos toca-cojones, aún sin proponérselo. Imprudentes a más no poder, bombas de relojería programadas para estallar en cualquier momento, autodestruirse y llevarse por delante buena parte del menaje. Y me veo avisando y previniendo, regañando y prohibiendo y, en definitiva, aguándoles la fiesta a las criaturas. Que sé muy bien lo que se siente cuando te lo estás pasando de coña y viene un mayor a darte el alto, que yo también lo he sufrido.
Voy pues a señalar la viga en mi propio ojo con este repaso a entretenimientos censurados hasta la saciedad en mi casa:
LAS TINIEBLAS.
A ver, normalmente la oscuridad da miedo a muchos niños, pero es el hecho de sentirse solos y desamparados. Si esa negrura se llena de amiguetes en un cumpleaños, pasa a ser pura diversión. Para los padres sugiere peligros a mansalva, sobre todo porque lo que menos necesita una purrela de niños acelerados es no ver por dónde van o qué pueden romper. Además, en una habitación (cuando las casas eran pequeñas y compartíamos un cuarto —minúsculo— con al menos un hermano) no hay mucho sitio donde esconderse, lo que viene a significar camas pisoteadas, armarios manga por hombro y cosas rotas. Y no tienen por qué ser objetos, no, que un cabezazo a oscuras no se esquiva con facilidad y siempre tiene que haber un mellado en clase. Conforme el niño y sus amiguitos crecen, el peligro de que jueguen a las tinieblas tiene más que ver con despertares sexuales que podrían convertir un inocente cumpleaños en Gomorra Elementary School. Total, alguna tocada de culo furtiva y eso, lo que pasa es que los adultos ya se han visto alguna que otra peli porno y se dan a la paranoia.
LOS VIDEOJUEGOS.
Cuando yo jugaba, lo más violento que tenía era el Saboteur y el Renegade. En el resto de juegos, me enfrentaba a serruchos voladores, pelotas que rodaban y arañas de colorines, y generalmente lo que tenía que hacer era esquivarlos, de matar nada. Por tanto, la prohibición venía simplemente porque en mi casa había un sólo televisor y, por supuesto, la jerarquía establecía que antes iban los mayores. Ante la encrucijada de ver la película de sobremesa o a mí intentando pasarme el Bounty Bob Strikes Back y cayéndome al triangular mal uno de los saltos milimétricos que requería (eso sí que estimulaba la coordinación, no el World of Warcraft, eso sólo estimula la atrofia cerebral), la opción paterna era clara. Y ya me podía callar, si no quería que encima me mandaran a echar la siesta (el peor castigo para un niño).
FÚTBOL CASERO
Siempre el maldito balompié, denunciaba Don Pantuflo cada vez que Zipi y Zape se ponían a jugar al esférico en la salita azul. Cierto correo electrónico masivo alude a unos supuestos años mozos en los que uno bajaba a jugar a la calle sin miedo (curiosamente, al mismo tiempo esos niños estaban en casa viendo Barrio Sésamo y comiendo pan con nocilla; qué nostalgia, los desdoblamientos), y yo los envidio, porque mi hermano y yo no teníamos tanta libertad. De hecho, al igual que Egon Spengler, teníamos sólo medio balón, porque nuestros padres no creían en los juguetes. Así que nos hacíamos con una pelota de tenis que mi perra tenía para jugar y convocábamos el Trofeo Bernardino Obregón (la calle donde vivíamos; ahora es un punto de recogida de yonkis kunderos). Al peligro añadido de jugar dentro de casa, le sumábamos el siguiente interesante recorrido:
Puerta de entrada (mi portería), siguiendo por el recibidor, hogar de un estante lleno hasta arriba de adornos de esos que llevan un cartel invisible que dice «Me rompo con mirarme», salida al salón justo al lado de un acuario enorme lleno de peces, la tele, un pequeño paso entre una mesa con un jarrón lleno de flores y el sofá en el que mi abuela se sentaba a perpetuidad a ver la tele, hasta alcanzar la portería de mi hermano, que era la puerta corredera de cristal de la terraza. Un poste era la pared, el otro una maceta con un tronco de Brasil. Las cortinas producían la ilusión de redes de portería, así que yo chutaba alegremente.
Inexplicablemente, mis padres nos solían llamar la atención. Mi abuela no, porque vivía un poco en su mundo y encima estaba totalmente sorda, así que la única forma de molestarla era darle un pelotazo, cosa que casi nunca pasaba. Y si pasaba, ella sacaba de banda y solía terminar en remate y golazo mío. Entonces, solía vitorearme con un enérgico «Amos que tener más cuidao que me habéis dao y me podéis romper las gafas, cabrón.»
EL FUGITIVO
Mi hermano me saca ocho años, por tanto poco nos duró la fiebre futbolera. Enseguida él empezó a desarrollar la vagancia adolescente y prefería pegar el culo al sofá. Pero yo, pletórico, rezumando juventud por cada poro, sentía la necesidad de corretear por la casa con algún objetivo. Y así fue como nació El Fugitivo, cuyo inicio siempre se abría con la misma frase: «Te cuento tres». Ese era el corto espacio de tiempo que tenía para quitarme de la vista antes de que me tirase la pelota (con certera puntería, debe de tener sangre élfica). Normalmente, tenía lugar en el salón, para que mi hermano no tuviese más que estar sentado esperando a que yo pasase corriendo. La perra hacía el resto, recogiendo la pelota y llevándosela a mi hermano. Lo que hacía de El Fugitivo un deporte de riesgo no sólo era el implícito en una pelota lanzada dentro de casa, además mi hermano le añadía alicientes como: «Tienes que salir y tocar la pecera», con el consiguiente peligro centralizado en partes concretas de la casa.
EL DRAGÓN BLANCO Y EL DRAGÓN GRIS
Mi madre era reacia a dejar a la perra sola en casa, más que nada porque, aunque era un caniche, tenía la forma de una de esas botellas en las que se meten barquitos en miniatura y seguramente si la dejábamos sola encontraría el modo de abrir la nevera y vaciárnosla. Cuando íbamos de visita a casa de mi tía Pili (aproximadamente cada dos sábados), mi primo Diego y yo empleábamos a mi oronda mascota y a esa cosa extraña que tenía mi tía Pili y a la que llamaba perra en una de nuestras más celebradas (y reprendidas) diversiones: tocarles los huevos hasta que se ponían a ladrar y a intentar mordernos y salir corriendo por la casa gritando ¡El dragón blanco! ¡El dragón gris! (por ser estos los respectivos colores de la cosa extraña y de mi perrabotella). Decir que ambos bichos tenían la mala leche ya de serie y no había grandes requisitos para que se revolviesen contra nosotros, así que no se imaginen barrabasadas. De cualquier manera, ya imaginarán que el jaleo que se organizaba era tan divertido para nosotros como molesto para los mayores, así que poco duraba el juego.
LAS TORTUGAS NINJA
Único juego que vi razonable que me prohibiesen. Uno asumía el papel del Maestro Astilla y los otros cuatro éramos las tortugas (si el número subía de cinco jugadores, se llamaba simplemente «entrenar»). El entrenamiento siempre era el mismo: técnicas de ocultación, sigilo y esquiva. En pocas palabras, que el maestro tenía un palo y al que pillase a mano le daba un estacazo. A esto no siempre jugábamos al aire libre, a veces usábamos el club social de la urbanización en el pueblo, que daba más juego porque había muebles de por medio y te podías intentar resguardar. Total, al final salíamos con más malos que una estera, pero lo que más nos dolía era la tripa de reírnos (a mí un día me dio en la cabeza de refilón y me meé de risa. Literalmente).
Imagino que ustedes recordarán juegos o diversiones del estilo, así que es buen momento para que desempolven la memoria y las dejen por aquí. Por mi parte, eso es todo por hoy. Sean buenos, no me sean infieles, hasta la próxima entrada.
Me has hecho recordar un -recomendabilisimo- juego con el que solía matar el tiempo cuando niñatillo en verano con un amigo. El juego consistía en llenar unos cuantos -típicos- globos de agua. Uno de los «participantes» se situaba encima de una azotea a una altura considerable con los globos -llenos-de agua. El otro tenía que pasar por la calle de abajo de la azotea a toda velocidad en bicicleta para intentar esquivar los bolazos que el otro le lanzaba desde arriba. Normalmente y afortunadamente para el que le tocase el papel de «esquivador» se solía fallar en el lanzamiento pero imagínate cuando acertabamos…
Saludos
Yo he sido casi hijo único asi que poco puedo hablar de éste tema, pero se me ha ocurrido que Viru o tú podríais hablar del mítico amigo con «novia-que-nadie-ha-visto-jamás» o «chica-con-la-que-salí-hace-años» pero que tampoco ha visto nadie.
Bueno, o del Equipo-A, por ejemplo.
Mmm. Mis juegos infantiles -particularmente en verano- siempre fueron tópicos (escondite y variantes, sobre todo), aunque sus buenas guerrillas de objetos arrojadizos caían cada dos por tres: repetitivo y básico, sí, pero eficaz. Normalmente eran globos de agua (en una ocasión en particular, uno relleno con agüita amarilla fue estampado en la cara de un niño del bloque de enfrente), pero la diversidad de los frutos naturales del parque daba muchísimo juego. Naranjas verdes, dátiles y esos productos leñosos que crecen en los cipreses a las que siempre llamamos «bolas de pino» y que mucho más tarde me enteré de que se llamaban gálbulas.
Mierda, yo también soy viejo. Menos mal que todavía no tengo sobrinos cuyo odio poder ganarme involuntariamente.
Hola k tal a tods , K tal wally. No se que añadir esta todo muy bien descrito los niños siempre seran asi yo tambien tengo 3 sobrinos de pocos años y siempre estan jodiendo la marrana y a mi me jode tambien tener que regañarles.
Recuerdo que una vez jugando a tinieblas le atize a un amigo con un bate de plastico barato en todo el ojo, menos mal que era buena gente, aunque desde que yo era peque hasta ahora el juego favorito de los enanos es el presing catch no hay duda. Sin venir a cuento, ¿habeis visto el plagio del video clip de Blur «charless man» que ha echo el canto del loco con «eres tonto»? podias dedicar un articulo a plagios descarados .
Un saludo para todos
A algo parecido a las tinieblas jugamos una vez en el cumpleaños de un amigo, nosotros lo llamábamos sardinas enlatadas y consistía en una especie de escondite al reves. Solo uno se escondía y los demás contaban, quien lo encontrase tenía que esconderse con él sin decir nada hasta que solo quedase uno. Así llegabamos a juntarnos 5 metidos en la bañera o clavándonos las cajas del Cola Cao de la despensa debido al aplastamiento. Pero lo memorable fue cuando nos escondimos en la habitación de su hermana mayor y uno apareció con un sujetador en la cabeza.
Lo de lanzar cosas x el balcon para impactar en los inocentes viandantes era deporte olimpico en mi casa. Lo mas socorrido: el platano masticado.
A mi me encantaba jugar a los ninjas utilizando como armas arrojadizas las pinzas de recoger la ropa cada vez que ibamos a la azotea. Todo era divertido hasta que una pinza te daba demasiado fuerte o en algun punto critico (ya sea un ojo o un huevo) entonces a parte del dolor de la pinza me llevaba una colleja de mi madre, con su respectivo grito de karate «SEACABÓ»!
Sonará tópico y tal pero echo de menos los juegos de mi infancia, (que nostalgia la nocilla, el equipo A, el coche fantástico, barrio sésamo… etc etc) xD
En mi caso yo no podía acabar el Bounty Bob Strikes Back (por aquí lo tengo original y to) porque mi padre no lo soltaba hasta que se lo acababa él. Eso también me pasó en cuanto vió el Doom. Y lo que nunca olvidaré es que se acabó antes el Dark Forces. Arghhhhhh
jajaja Yo también me llevo ocho años con mi hermana pequeña y me dediqué a inventarme juegos que me permitían a mí continuar en el sofá y a ella corretear dándome la menor lata posible. Nosotras en concreto jugábamos a los leones. La despeinaba una par de veces y la echaba de la manada (cuyo hábitat era el sofá), y ella tenía que buscar un nuevo hogar para su cría (mi perro). Así la dejaba gateando por la casa, con el perro atado con un lazo celeste, hablando con él contándole lo que estaba sucediendo. En los anuncios yo me inventaba alguna parida más (¡cuidado! ¡cazadores furtivos!) y la diversión podía continuar durante horas.
Pero sin lugar a dudas el juego que recuerdo con más cariño de mi propia infancia era la Indillave. Mis primos y yo no éramos mucho de arrojar cosas, pero sí de esconderlas y buscarlas por equipos. Chicos contra chicas. 7 lápices o 7 pinzas de la ropa, de colores, cada uno con una puntuación, a esconderlos por todos los rincones del chalet de mi tía. Hala, a buscar.
También teníamos la versión acuática, pero la piscina daba muy poco juego cuando no estaba llena de colchonetas, el esquife y poco más. Ambas versiones contaban con aliciente-estorbo extra: los collies de mis primos, un cachorro hiperactivo y una madre con muy mala hostia. Esconderles el lápiz negro en el collar fue un recurso muy utlizado por mi prima y por mí, hasta que fuimos obligadas por las reglas del juego a desvelar nuestro escondite secreto.
Pero qué grande la Indillave, qué grande!
Por cierto, yo sí creo en los juguetes. Los he visto.
Yo nunca jugué en la calle, salvo algún verano en un pueblo. Vivíamos en un 4º piso en pleno centro, así que de salir a jugar ni hablar. Mis padres sí creían en los juguetes, tal ve demasiado y el exceso nunca es bueno. Por puro aburrimiento yo siempre les encontraba alguna forma alternativa de uso. Recuerdo que la mayor bronca de mi infancia me la llevé con «el coche volador». Me regalaron una pista de esas de plástico con coches de fricción, de esos que les das para atrás y se dan cuerda, luego los sueltas y recorren la pista, tú mirando, un coñazo. Así que me inventé un trazado alternativo, desmonté la pista y la volví a montar toda recta, colocaba un extremo en una estantería y otro apoyado en una silla, daba la cuerda del coche a tope y ¡a volar!. Generalmente no había riesgo porque jugaba en mi habitación y todo lo que se podía romper ya estaba roto o en vías de ello, hasta que un día la mala suerte quiso que la puerta de mi habitación no estuviera cerrada del todo, el coche salió volando hacia el salón, impacto en un jarrón de cristal (bastante horroroso, de esos de dos colores de los años de las maracas de Machín y sin ningún valor económico) El resto os lo podeis imaginar, catástrofe, gritos de mi madre, requisamiento del juego en cuestión y castigos varios a cumplir sucesivamente.
Pues yo jugué una vez al Cuarto Oscuro, con mi hermano y dos «hijos de amigos» de visita, y en un momento dado, mientras corría tratando de esconderme, tropecé con una silla que había caido en mitad de la habitación y caí contra el canto de la cama, que me traspasó la oreja. Resultado, yo chorreando sangre que salgo a buscar a mis padres, susto morrocotudo de ellos y acrrera a urgencias a que me pusiesen una docenita de puntos en la oreja. Y además hubo el efecto colateral de que el chándal que llevaba quedó irrecuperable, y me encantaba ese chándal, que llevaba unas botas con patines bordadas en el hombro izquierdo, como si las llevase allá colgadas de los cordones…
Como juego «no peligroso» mi hermano y yo jugábamos a la «caza del tesoro»: uno aguardaba pacientemente sin mirar hasta que uno escondía unobjeto y varios papelitos con pistas que llevaban de uno a otro, y luego el buscador los buscaba mientras el escondedor hacía de rudimentario GPS con las señales universales de «frío», «caliente», «te quemas».
Qué nostalgia, los Masters del Universo, versión antigua(además del Equipo A)
En mi caso el juego peligroso era Kung fu: que era inventarnos pelis de kung fu hasta que mi hermano pequeño cobraba (normalmente).
Luego también estaba el Baloncesto de rodillas, variante indoor del basket. La canasta la colgábamos en un armario algo o en el tope de la puerta, y, para que tuviera emoción, jugabas de rodillas, así no llegabas al aro y había que tirar.
Parecido era también el GLobogol, o balomano con un globo en casa, pero había que ir dándole toquecitos.
Y las Tinieblas… yo creo que jugué hasta los 13 o 14 años. EN verano aprovechábamos cunado trabajaba mi padre y nos juntábamos 6 o 7 todos los días.
¡Aguafiestas, chafatortillas!
Repaso a entretenimientos censurados hasta la saciedad en mi casa..
Recuerdo un juego outdoor al que llamabamos las guerras, basicamente consistia en pegarnos de pedradas de un lado a otro del rio o en un solar abandonado con un balconcillo, en el que se resguardaba uno de los «equipos»(los chicos del otro barrio vamos).
Recuerdo que el juego empezaba bien hasta que alguien acertaba, en ese momento el juego pasaba a llamarse las peleas, y la mecanica cambiaba para pasar del ataque balistico al combate cuerpo a cuerpo, es decir cruzar el puente del rio en masa para ir a pegarles a los del otro equipo o escalar el balconcillo….
Como habreis deducido no guardo buen recuerdo de la infancia xD.
me he podio reir con el momento de los dos dragones wally! pobrecicas mias, mi perrita ya huye despavorida ante el ataque letal de mi niña de 8 meses!!!! así que sospecho que en unos añitos la tierna princesa desarrollara un elaborado manual con reglas de un juego llamado el «dragón negro» consistente en: regla 1- correr detras del dragon negro, regla 2 – estirar el rabo del dragon negro. en fin. la mente infantil funciona así, y a mi me tocara cambiar mi personaje de rol, hace años era el intrépido guerrero que cabalgaba detras del «dragon» (elija el color de la torturada y resignada mascota) y batallaba con el! ahora parece que tenfré que cambiar dados de fuerza y destreza, por puntos de «sabiduria» y «aburrimiento» y jugar el papel de brujo malvado protector de dragones, lanzador de «conjuros» tipo: «que pararas ya de dar por culol???!!!!» o «deja a la perritaaaaaaaaaa yaaaaaaaaa y vente a acabar las putas lentejas» jajajajajajja
en fin, yo recuerdo con especial cariño por añadir algo a su completísima lista: esos «patines mortales» en que se convertian mis cochecitos metalicos estacionados en los «parquings» del pasillo, recibidor y zonas de paso varias. Que consiguieron más de una vez hacer que mi abuela o mi madre realizaran verdaderos ejercicios acrobáticos la mar de peligrosos y no muy divertidos para las inprovisadas «gimnastas» con la consiguiente prohibición y (lo que es peor) retirada de vehículos y confiscacion de mi impresionante «parque mobil» al armario prohibido, y debo decir que aquí estabas jodido por que no habia multa a pagar para recuperar tu coche! más bien la cosa era arbitraria y dependía de cuando a mi sra. madre le rotara volver a permitirme la circulación y punto!
de hecho creo que debería ser mi madre la que regulara en este sentido la circulacion en las ciudades, habría mucho menos descerebrados al volante!
un abrazo, y gran artículo sr. week!
En mi caso, mis primos y yo practicábamos una variante de «Las Tinieblas», consistente en dividirnos en dos bandos y lanzarnos una pequeña nave espacial que brillaba en la oscuridad. Ganaba el equipo que conseguía lesionar más jugadores del otro en un tiempo determinado. La mayor parte de las veces, las lesiones se producían por cabezazos de los unos contra los otros al intentar alcanzar el objeto arrojadizo. Entrañable… Enhorabuena por el artículo, Monsieur Week.
Las Tinieblas es un clásico de casi todos, en mi caso jugábamos con mis primos cuando nos juntábamos en fin de semana, con el aliciente de que entre unos y otros sumábamos siete; teníamos la variante del laberinto, que consistía en juntar sillas para hacer circuitos a recorrer por debajo mientras te cosías a cabezazos contra las patas de madera. Qué tiempos…
También recuerdo el Pressing Catch; como yo era el mayor, mis dos hermanos se aliaban y nos repartíamos con ganas (uno de mis incisivos lo atestigua), juntábamos las tres camas y menudo ring nos quedaba…
El pasillo era carne de fútbol casero, con sus platos colgados y el espejo del recibidor como puntos calientes; una variante era utilizar como esférico una pelota-que-bota (así las llamábamos), con lo que la diversión / peligro crecía exponencialmente.
En fin, podríamos estar horas escribiendo y seguro que coincidiríamos en muchas cosas.
¡Gran artículo Sr. Wally!
Yo recuerdo los veranos en el pueblo de mi madre jugando al escondite por las noches y poniendo normas como «no vale ir al otro lado de la carretera» que luego casi nadie cumplía. Yo solía esconderme en lo alto de una cosechadora, que también estaba prohibido porque si te caías, eran como 4-5 metros de altura.
O ir a lanzarnos terrones de barro, y ver como a uno le encajaban un terron con lombrices dentro en toda la boca.
Y también había una máquina de trillar abandonada con un avispero dentro, y nos dedicábamos a tirarle piedras, hasta que un día, uno se hartó de no darle nunca, agarró una piedra gordísima y la lanzó a la máquina desde 3 metros, dándole de lleno al avispero. Menuda carrera nos pegamos, primero hasta las bicis y luego con las bicis hasta poder refugiarnos en un bar. Mientras el que se quedó el último gritaba «¡Esperarme cabrones, esperarmeeee! ¡Aaaaaaah, que man picao en tol ojo, jasdeputaaaaaas!»
Yo con mi hermano pequeño jugaba a Hulk vs La Cosa, yo que era el mayor hacía de Hulk y en el proceso de transformación le pillaba unas mallas lilas a mi madre, en cambio mi hermano se pasaba un par de horas pintándose ladrillos en la cara.
Espectacular articulo…
Con mi hermano pequeño teniamos un divertido juego que consistia en llenar de agua el pasillo (exterior, no eramos tan terroristas) de la casa y deslizarnos con el culo los 10 o 15 metros que tenia. Es probable que nos lo prohibieran por el gasto de agua… Tal vez fuera por la brecha de 5 centimetros en la barbilla de mi hermano… Pero ese dia mori un poquito por dentro, era mi juego favorito (desde aqui desafio a alguien a superar mi record girando sobre mi propio culo en un pasillo mojado).
Ya un poco mas crecidito me dedique a practicar otras cosas un poco mas para adultos en casa, con el consiguiente resultado de cargarme una de las decoraciones laterales de mi sofa. Esto aun no me lo han prohibido porque no saben que me cargue el sofa, y advierto a quien piense chivarse que tengo mucha punteria lanzando mocos con las manos… Juego que tambien teniamos prohibido en casa y no entiendo porque… si no rompiamos nada…
Todo eso está muy bien. Pero nada comparable a las bombas de salfumán
Pues a mi lo que me pasa con mis sobrinos es que cuando estoy jugando videojuegos ponen sus descomunales cabezas de 4 y 5 años delante de la tele y me paso la tarde diciéndoles que se quiten. ¡¡¡Ya tuve yo bastante castigo cuando era pequeña y no me dejaban jugar mis padres todo lo que quería!!! Como para que ahora me vengan unos mocosos y me joroben la partida 🙁 (Y encima su madre ser cabrea porque les digo que se quiten T_T).
Cuando pienso en algún juego de cuando éramos pequeños, lo primero que me viene a la cabeza son las bandas que montaba con mi mejor amiga, que vivía en el piso de abajo. De pequeña, ella siempre fue un poco «chico», y más bruta que un arao, y yo tenía poca iniciativa por aquella época (na’, 1D6 frente a sus 2D8). Así que me pasé muchas tardes en su casa, confeccionando nuestra banda (que siempre acabábamos siendo cuatro, con su hermano y el mío) y trazando ataques imaginarios: piedras, palos, globos de agua, botellas vacías, latas, bolsas de pipas llenas de tierra, petardos (cuando se acercaba San Juan)… cualquier cosa nos servía.
Para tranquilidad de mis padres (si alguna vez leen esto), a lo más que llegamos fue a hacer alguna carrera en bicicleta. Eso sí, para mí las carreras se acabaron cuando, una semana antes de mi comunión, me estampé contra un árbol que hay en mitad del parque. A mí me dolió, pero por lo que mi madre sufrió más fue por las fotos…
Al final, gracias a un flequillo estratégico, a una moneda de 50ptas que no me quité en una semana y a la maravilla del Thrombocid, mi chichón quedó disimulado y las fotos salieron bien.
Recuerdo que como mi madre era una hipocondríaca obsesiva y no nos dejaba bajar a la calle por si nos raptaban, cuando mejor me lo pasaba era cuando conseguía escapar y jugar a Anaconda, bautizado por mí mismo, y que sólo se podía jugar en tres sitios oficiales: las respectivas urbanizaciones de mi tía María, mi tía Susana y mi amigo Víctor.
Consistía en que uno era la anaconda y nos perseguía a los demás exploradores. La gracia estaba en que en sedas urbanizaciones había dos puertas de entrada y la única norma era que la anaconda no podía abrir las puertas pero sí cerrarlas y los exploradores al revés. Consiguientes portazos y gritos y quejas de vecinos nos obligaban a abandonar rápido el juego.
Entonces nos escondíamos detrás de los setos que daban a la calle y jugábamos a asustar a los viandantes de formas varias. Mi favorita, no se me olvidará nunca, a un bakala que le dijimos desde lo oscuro «¿Buscas a Jacks?» (emulando al anuncio de la colonia), y nos contestó rápidamente «No, busco a tu padre».
Impagable.
«qué nostalgia, los desdoblamientos»….juasss….pero ciertamente, daba lugar a hacer de todo, merendar, el barrio sésamo y a la calle….
Básicos, e increíblemente divertidos eran los partidos de fútbol de uno contra otro en una habitación con una pelota de tenis y descalzos, las porterías las patas de una silla, y venga, a que pasaran las horas….ésta disciplina, en su variante callejera con toda la gente que se quisiera en un patio medio cerrado también daba para rato.
Yo a mi hermano pequeño le tenía gravemente engañado, de manera que accedía a jugar a un juego que consistía en que yo le daba cojinazos en la cara sentado él al borde del sofá de la habitación (hacia dentro) y, si era capaz de mandarle al suelo de la hostiaca pues me ponía yo a recibir. Con mantener mi fuerza de hermano siete años mayor mínimamente a raya, podía estar breándole hasta cansarme……y acabar el turno con el cojinazo definitivo.
Entonces me tocaba a mí ser golpeado, y claro, con echarle un pelín de teatro me iba al suelo alabando su fuerza al primer golpe y vuelta a empezar…..
Recuerdo jugar con mis prim@s a los Caballeros del Zodiaco. O intentarlo, porque nos currábamos las armaduras y todo con trozos de cartón o cartulinas atados a los hombros, brazos, piernas y pecho con cordones de zapatillas. Y a veces incluso las pintábamos de amarillo con los Carioca, para distinguir a los que eran de caballeros de oro.
El caso es que tanto esfuerzo por intentar hacerlo creíble nos quitaba luego las ganas de jugar. Osease: dos horas preparando las putas «armaduras» para 20 minutos de combate.
Para más inri luego nuestras respectivas madres se encargaban de tirar los susodichos cartones, con lo que había que repetir el proceso siempre que quisiéramos jugar, que no fueron muchas más veces…
Pero es que nadie vivio aqui el despertar de Telecinco?? Pressing Catch por favor!! El colchon que guardas bajo la cama como «cama para cuando venia un amigo» se convertia en un ring en el que se atizaban unastoñas dignas de El Ultimo Guerrero, Jimmy Estaca Dugan o Jake Snake Roberts.
Aun recuerdo aquel DDT que le hice a un amigo que se lo hago hoy a alguien y lo mando al camposanto, pero en aquel entonces eramos goma
Yo recuerdo un Juego deportivo bautizado por mi y por mi hermano como Manogol, consistente en jugar de un lado a otro del pasillo, de rodillas y golpeando con la mano una pelota que deberia entrar en la porteria del contrario, y justo en el medio del pasillo un recibidor con una estupenda figura de un burro y su cuidador (espero que hayan roto el molde de tan grande horror ).
Despues en la variante salvaje familiar jugabámos con un primo nuestro a un juego en el qe se demostraba la incorreccion politica de la infancia llamado EL CATALÁN, consistia en un feroz ataque juvenil neofascista futbolístico persiguiendo a mi hermano que era el mas pequeño e introducirlo en un fabuloso baul de mimbre y patearlo hasta la saciedad hasta que venia algun mayor a rescatarlo.
Yo solía jugar con mi hermano a la II guerra Mundial.Siempre se emperraba en que yo fuese Japón, y yo, cinco años menor y terriblemente ingenua, le hacía caso, y él disfrutaba de lo lindo bombardeándome nuclearmente a base de hostiazos. Y yo me meaba de la risa, así, tirada en el suelo de nuestra terraza, sucia de la cabeza a los pies, El juego consistía en escondernos sigilosos tras los muebles de jardín, bien provistos de todo aquello que pudiese servirnos como proyectil. Nos apedreábamos, siendo explícitos. Y cada vez que nos atizábamos en la cabeza, era el descojone padre. Como los juegos con mi hermano solían ser o de guerra, o de futbol o de todo lo que se pareciese al press in catch…. Solía encargarme yo de los disfraces. Hacía incluso hasta banderas y cascos de guerra.
Nosotros flipábamos y mi madre se desgañitaba intentando que yo me comportara como una señorita.
🙂
Llamadme friki pero yo jugaba a «El Rescaste del Talismán» ese programa infecto presentado por Miguel Ortiz con los pantalones a lo Julián Muñoz y con papel higiénico rellenándole el paquete , que insertaba a los niños detro de un videojuego. Ponía sillas en el pasillo , me vendaba los ojos y a disfrutar.
Vídeo del Rescaste del Talisman :
http://www.youtube.com/watch?v=QyrYjoA3Yuk&eurl=http://zonaforo.meristation.com/foros/viewtopic.php?t=1082138&start=45
http://yosoylachumi.wordpress.com
¡Dios mío! Yo también jugaba al Rescate del Talismán. Nunca lograba acordarme del nombre. Me acuerdo que mientras mi madre y mi hermana veían «Agujetas de color de rosa» yo les decía que me fueran guiando (ya que me vendaba los ojos) para no chocarme con el mobiliario del salón. Qué maravilla.
En el parque yo he jugado con petardos, a peleas de barro, con globos de agua, con pistolas de agua (aunque eso más en la piscina, pero era la puta polla, a la mierda el paintball), etc. Recuerdo que me compré una pistola de agua que en la piscina era el rey: funcionaba como una gigantesca jeringuilla, la recargabas en la piscina (no podías en una fuente, era lo malo) y soltaba un fuerte chorraco gordo de agua.
En plan guerras de piedras, recuerdo que durante un tiempo jugué con mis amigos en un parque: hacíamos dos equipos, uno estaba en el suelo y el otro en el tejado de un bar abandonado que había. Tirábamos piedras pequeñas y sin apuntar a la cabeza, claro.
Yo jugaba (y a veces aún juego) a una variante del dragón blanco-dragón gris consistente en tocarle los cojones a mi hermano hasta que se cabrea. Nunca ha tenido fuerza así que su estrategia de ataque consiste en tirarte a la cabeza lo primero que tenga a mano, sea lo que sea y pese lo que pese.
Otro juego casero que me viene a la memoria y que tenía que hacer las delicias de los vecinos (ya que si mis padres estaban delante se acababa la diversión) era usar el triciclo de mi hermano como patinete. Como el pasillo hacía forma de L metía buenos derrapes en la curva, pero derrapes derrapes con chirrido incluido.
Y otro juego casero ruidoso eran los torneos de basket usando una pelota de tenis y el hueco que quedaba entre la puerta abierta y la pared como canasta. Recomendable 100% sobre todo cuando ya empiezas a alcanzar la altura para machacar y colgarte de la puerta.
Yo … de cuando era pequeño, recuerdo varios juegos:
– Vietnam: Jugabamos en un terreno con cañas y matojos más altos que nosotros que había detrás de mi casa en el pueblo y que hoy tristemente se ha convertido en una carretera) y el juego consistía en dividirnos en soldados americanos (pocos) y en los «charlies» (la mayoría). No valía dar palos fuertes ni chungos que te dejaran listo de papeles y el objetivo del juego era «conquistar» una base que había en lo alto de un pequeño montículo… la gracia era que los «charlies» rodeaban la base y siempre había que sacrificar a uno de los marines para poder alcanzar la base… (desde luego, estrategia pura y dura)
– Guerra de globos: a veces, cuando ya eramos más grandes … no sólo iban llenos de agua 😉
– Juegos como el pilla-pilla, el Tú-la-llevas (en Almería, también le decíamos la peste), escondite, tinieblas.
– Un juego que me inventé con mi hermana… subidos en la terraza, cuando pasaba alguien, uno le tenía que decir lo que el otro le dijera… normalmente, era hacer el ruido de un pedo con la boca, o sonidos de perros, gatos, eructar… en fin, y la gente empezaba a mirar para todos los lados intentando encontrar al gracioso de turno.
– el «quema», llamado así por la sensación que te dejaba el balón al pegarte en el cuerpo y que más tarde sacaron una serie de dibujos animados llamada Bola de Dan. Basicamente era un campo dividido en dos partes, y el juego era pegarle balozanos (para eliminar del juego) a los del equipo contrario. Con este pasé unos ratos cojonudos…
Cuando ahora veo a los chavales con la cabeza destrozada por culpa de la tv.; de las consolas y tirados sin moverse, me alegro de la infancia que tuve. Y que conste que me tragué Barrio Sesamo, Los Fraguel Rock, El Coche Fantástico, El Halcón callejero y hasta Trueno Azul (el helicoptero,jejeje) y por supuesto, El Equipo A, V…
Aysss, cómo pasa el tiempo