Cedamos este Halloween la palabra a nuestro colaborador Akatsuko:

Un año más, llega Halloween. La noche en la que miles de niños yanquis, felices y risueños, se disfrazan de monstruos terroríficos y salen a recorrer los barrios residenciales a pedir golosinas bajo la consabida amenaza del truco o trato.  El más valiente de la pandilla (¿todavía quedan jovenzuelos que se junten en pandillas o ya sólo se hacen kedadas o botellones?) le echará huevos y tocará el timbre en el caserón de aspecto amenazador donde vive el avaro Mister Johnson, que come niños (aunque luego resulte ser un veterano de guerra inofensivo carcomido por la soledad). Las hermanas mayores se escaquearán de vigilar a sus inaguantables hermanos para pirarse con sus novios del instituto a meterse mano y a “morrearse”  en el asiento delantero de un cadillac, en el mirador de la colina. Esperar en el huerto a que aparezca la gran Calabaza… ¡la de cosas maravillosas que ocurrirán en este día de fiesta tan pagano! Al menos, eso es lo que me han enseñado las películas, y las películas no me mentirían, ¿verdad?

«Salió el Chinese Democracy, salió la secuela de Cromwell, el Duke Nukem Forever está ya casi… Por mis cojones que la Gran Calabaza tiene que aparecer también» – Linus y Sally (la primera víctima del hype en la historia de la humanidad)

En cambio aquí en territorio patrio, un año más, lo que sí estoy seguro que pasará es que los negocios nocturnos colgarán cuatro apestosos adornos de bazar chino, pintarán los labios de negro a sus camareros y harán publicidad en su Facebook con un cartel tipo “Fiesta Halloween, pub Pecado, 5 eurosxcopa” para celebrar la noche de brujas, aunque las únicas que se disfrazarán como tal serán las cuatro petardas alborotadoras de siempre acompañadas por sus novios vestidos de fantasma (pero sin disfraz). Igual algún centro comercial contrata a estudiantes de magisterio mal pagados y organizan alguna chorrada de evento para que los hijos arrastren a los padres y así venderles algo. Los niños tenemos si eso las tres horas del Árbol del Terror de los Simpsons (dos horas de publicidad…) y una reposición de Pesadilla Antes de Navidad, que lo único bueno que tiene es que se puede reponer otra vez luego en diciembre, menudo chollo 2×1 para las cadenas. Oh, y que no se nos ocurra a los amantes del Halloween siquiera mentarlo, que luego sale “el listo” con que si eso es “una americanada”, y su nacionalismo de quita y pon. No, si al final tendremos que conformarnos con el Aguinaldo, el salir a pedir dinero por las casas a cambio de nada, como sucios mendigos. Tendremos que sentirnos orgullosos y todo.

Un joven español, disfrutando de sus opciones de ocio

 Acabo de incluirme en el colectivo de los niños en el texto, y no me da vergüenza. Envidio a USA y hoy en Halloween quiero ser niño y sentir esa diversión terrorífica que sienten ellos al disfrazarse de bicho y amenazar a los adultos, y de paso provocar el mismo efecto en vosotros queridos lectores (ups, espero que esto no haya quedado en plan host de programas infantiles. ¡Aunque también es otro subgénero de terror!).

 ¿Y qué mejor manera de conectar el miedo y nuestro inner child que con un top de películas traumatizantes de dibujos animados? De acuerdo, hay unas cuantas más… Pero no pegarían tanto con esta web. He aquí mi lista personal de escenas que provocaron terrores nocturnos a más de un niño. ¡Volveréis a dejar la luz del pasillo encendida! ¡Mojaréis las sábanas de vuestras camas! ¡Sospecharéis de cualquier ruido extraño que provenga del armario! ¡Dragó es la novena reencarnación de Pedobear y está al acecho! ¡Este artículo da más miedo que Ramoncín a los fans de Nirvana!

La mítica escena de la borrachera en Dumbo

Sólo hay que echar un vistazo a los comentarios de cualquiera de las versiones que hay en Youtube, que ya entran en los estudidos de los más eminentes sociólogos,  para darse cuenta de la huella psicológica que deja marcada la dichosa escenita. Más de la mitad son para expresar el miedo y estupor que provocaba. Uno de los afectados sin duda fue Terry Gilliam: esta claro que esta escena de Dumbo es un referente inevitable en Miedo y Asco en Las Vegas. Casi cinco minutos de inexplicables elefantes multicolor danzando al son de una letra que invoca al mismísimo Satanás (¡esta peli es más true que Slayer!). ¿Es que nadie piensa en los niños? Los animadores de Dumbo desde luego que no. ¿Se imaginan al protagonista de , la que sea, borracho? Como dicen en Libertad Digital «hemos retrocedido en libertades».

Las pesadillas de El Pequeño Nemo en el país de los Sueños

A puro fuego se me quedó grabada esta instantánea cuando la vi por primera vez hace ya muchos años. Esos dos ojos rojos brillantes flotando en la oscuridad me resultaban terroríficos. Me encantan. Una pena que el concepto artístico tenga un contraste tan fuerte con el resto de la película, rebosante de colorines pastel, a la altura de lo más mierda más ñoña de Miyazaki (que en un principio estuvo involucrado en la película. Para que luego los otakus digan que no se aprenden cosas “de lo suyo” en esta web).

Los laboratorios Nimh, el secreto de la señora Brisby, o “a las ratas les inyectan droja”

Aquellos aquejados de belonefobia van a gozarlo con la secuencia de las agujas hipodérmicas:

 

 Tremenda escena donde todo está al servicio del mal rollo. Una inquietante banda sonora que arropa a los cada vez más intensos latidos del corazón nos hace más partícipe del dolor que la rata sufre en sus entrañas… Está claro que el amigo Don Bluth sabía llevar a la práctica aquello de “película que disfrutarán pequeños y mayores”. Ya podía cundir el ejemplo en cierta compañía que yo me sé (cuyo logo es un flexo)… En fin, dejando a un lado mi odio irracional hacia Pixar y su demagogia barata, Nimh es un relato de supervivencia de tintes oscuros, que consigue que hasta un tractor de arar dé miedo (¡sale en la película!).

Trapito, mártir

Creación original de la mente de Manuel García Ferré (esteeeeeeee, historietista autor de El Libro Gordo de Petete y prosedente de ashá Argentina, ¿vos saben?), la historia de este espantapájaros, aunque repleta de gags con tono infantil, canciones y bailes con mensajes positivos llenos de esperanza y personajes entrañables de voz aguda, da mucha pena y, por momento, miedo. Trapito no canta, no baila, apenas habla, se muestra apático como un profesor tras 20 años de ejercer en un colegio público… No tiene ilusiones, afirma, y se rinde ante su triste destino como espantapájaros que no da miedo (encima ni su trabajo hace bien). La mitad de las veces que abre la boca es para demostrar que tiene una depresión emocional de caballo.

Cristo ten piedaaaaaaaaad

Trapito salva de una tormenta a un pájaro extraviado llamado Salapín, y este para devolverle el favor decide animarlo a que se embarque junto a él en un viaje de búsqueda espiritual para llenar el vacío en su interior. Y ahí se acaba el protagonismo de Trapito. La película llevará su nombre, pero las gracias y las canciones corren a cargo de los secundarios, y pese a que Trapito muchas veces se encarga del «trabajo pesado» para salvar alguna situación, nunca se lo agradecen y acaba siendo el sidekick de todos. Avanza la trama y como mucho le dicen qué tiene que pensar para ser feliz. Al fin y al cabo es un viaje espiritual, suerte tuvo que en esos Paulo Coelho todavía no se había drogado lo suficiente para sacar El Alquimista. Para rematar la faena, sufre bullying de manos de unos piratas, y en el clímax final…

Abandonado por su mejor amigo (jodía pájara), Trapito pierde toda esperanza y se arroja a la soledad, empalado/crucificado en mitad de la espesura.

 Que sí, que vale, luego al final parece hay luz al final del túnel, pero fijo que el pájaro vuelve con sus retoños para endilgárselos a Trapito, que los cuide mientras él se va con su señora al cine a ver la nueva de Nolan y a sentirse más listo que nadie. Y bueno, en la otra gran producción de Ferré, Manuelita, Trapito hace un cameo apareciendo como invitado de una boda, y eso es prueba de que tiene una magnífica vida social y optó por la navegar en un mar de drogas y alcohol como respuesta a su angustia vital. El destino al final le sonríe, pero el maltrago que sufrió sin necesidad no se lo quita nadie, ni a él ni a los niños que lo sufrimos.

Más pesadillas: La Tostadora Valiente

Un cliché clásico entre los personajes de ficción estadounidenses: El miedo a los payasos. Iba a poner “putos” delante, pero siendo sinceros ¿tenemos aquí algo en contra de la figura circense más allá del choteo con Milikito? Cuando el circo venía a mi pueblo yo iba para ver animales exóticos haciendo números peligrosos, trucos de magia que me dejaran anonadado (eso de los payasos magos me parece intrusismo laboral, eh) y chicas de Europa del este enfundadas en trajes de lentejuelas muy ceñidos. Los payasos me daban igual. ¿Migrará la fama de Los payasos de la tele a las generaciones que nos sigan? Yo apenas los conozco por alguna reposición en Cine de Barrio de cuando mis padres me dejaban a cargo de mis abuelos y por la triste discografía de Miliky anunciada en TV (¿no va a jubilarse nunca o qué?). Ronald McDonald no sale en los spots de aquí, y en los locales es una suerte si aparece su foto en algún rincón. De hecho es más fácil ver la orgullosa placa con el nombre del gerente inscrito en ella. Al menos así pasa en provincias. Vamos, que aquí los payasos ni fu ni fa, por más que se empeñen los mismos que hablan de la NES en los 80 o el Rol old-school.

 En la escena que nos ocupa, la tostadora, que descansando durante el largo viaje en busca de su dueño junto a sus amigos, otros útiles del hogar, tiene el siguiente sueño:

“Corre” dice, el HIJO DE LA GRAN PUTA. Vaya manera más gratuita de meter ahí en medio a un payaso, pues no tiene nada que ver con el argumento. Para entender al 100% el pavor que debieron sentir los críos hay que comprender que el miedo a los payasos es parte de la cultura americana, como el odio a los mimos, el orgullo por su bandera o el baile del instituto.

 Las infrasecuelas que luego sacaron a video también son de fobia clínica. Por cierto, que son más apócrifas que el Calimero con chaleco o el final de Doraemon.

 El Infierno de Todos los perros van al cielo

Don Bluth vuelve a la carga con el tonito serio de sus películas. Todos los perros van al cielo tiene más de episodio de Los Soprano que de fábula con animalitos peludos. Es una historia de dos caraduras callejeros, y sus chanchullos de barriobajo. Pero claro, son dibujitos y sirve para mantener a los críos clavados frente a las cajas tontas (la tv, ¡y el vhs!). Pero luego te encuentras con esto:

 (A partir del minuto 2 por favor, ignoren la canción melodramática previa, que atraganta e indigestiona)

 

El tema de la muerte y demás no es tabú para el señor Bluth, y en realidad, se agradece que trate a los niños con un poco de respeto y no tema meterles miedo. Pero se pasó: esos colores rojo sangre, con columnas vertebrales esqueléticas, lava, demonios… ¡Parece un vídeo de Motorhead!

Toda la parte del bosque en La Leyenda de Sleepy Hollow

 Aún con 60 años a sus espaldas, este mediometraje de Disney (c0mo tantísimas obras clásicas del sello) bien puede dar unas cuantas lecciones de realización a cualquier animador. El ingeniero de sonido debe de sentirse orgulloso por este trabajo, si es que todavía vive. La ambientación sonora es cojonuda.

 


¡Sobervio! Sólo el detalle de la calabaza en llamas mola más que todo el rollo gotiqui de la versión de Tim Burton. Pero no hace falta recurrir a odiosas comparaciones para poner a caldo al gótico oficial de Hollywood. Es ver sus fetiches en la pantalla y ya dan ganas de darle de collejas. El jinete sin cabeza: más de 60 años dando miedo a los críos.

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 Hasta aquí, yo y mis traumas.

Ahora os toca a vosotros lectores, aprovechad la barra libre de terapia para desahogaros y recordar los malos ratos que os hicieron pasar ciertas obras de animación.  ¿Llegasteis a ver alguna de Ralph Bakshi, como por ejemplo El Señor de los Anillos, con esas secuencias semirotoscopiadas que eran tan feas?  ¿Alguna mención más a Don Bluth con su En busca del Rey Sol, con los búhos malos y el mundo sumido en una eterna noche (aunque a mí el rollo rocanró de la peli era lo que me daba repeluco) o el T-Rex de ojos inyectados en sangre de En Busca del Valle Encantado? ¿Os deprimía también cualquier cosa de Charlie Brown? Sólo me queda desearos un feliz Halloween y que lo paséis bien con vuestras quedadas frikis para ver del la saga de Carpenter o cualquier otra cosa. Yo por mi parte me daré atracón de mi  videojuego Halloweenesco favorito: Medievil. ¿A que hace?