Dicen en Desafío Total que hay una cosa en las vacaciones que siempre es la misma: el que viaja. Bueno, dejando de lado que según con quién y a dónde se vaya uno, puede ser una persona u otra. Porque el primer viaje con novio/a no es lo mismo que el cuarto, para empezar uno aún no tiene tanta confianza como para, no sé, tirarse un cuesco mañanero y cambiar de postura en la cama, en lugar de levantarse, ir al baño y salir dos segundos después (muy sospechoso).
Lo que sí que es igual en TODAS las vacaciones de TODO el mundo son las fotos. Las fotos de vacaciones son esa cosa que ni siquiera a los implicados interesan demasiado, y que antes uno se tenía que molestar en revelar porque total, ya que se había gastado dinero en el carrete… Luego se revelaban y podías ver que esa foto tan chula de la Plaza Roja ha salido velada, que en la que salís todos brindando en el Barrio Rojo de Amsterdam sales con cara de hogaza y un ojo biroco y que la tarde que te echaste la siesta, a Dani se le ocurrió la idea cojonuda de cogerte la cámara y gastar medio carrete en fotografiar gilipolleces en el hotel.
Ahora con las cámaras digitales mola todavía más, porque te tienes que poner sesenta veces hasta que el fotógrafo mira la santa pantallita y decide que ya está, que ya ha salido bien. Y eso cuando María Eugenia no la mira y dice “Hala, qué gorda se me ve, vamos a hacerla otra vez”. Y como total, luego no hay gasto que justifique ponerse a clasificarlas en un álbum y verlas de vez en cuando, uno las mete en cualquier carpeta de su ordenador hasta que tiene que hacer un format y a tomar por saco todas las fotos.
Decía antes de esta distinción técnica que las fotos de vacaciones de todo el mundo son iguales y por tanto de interesar a alguien será a sus dueños, no a los sufridos amigos. Ya se encarga la familia Codolá cada año de recordárselo a mis padres, enviándoles una felicitación navideña en forma de collage de sus fotos en el viaje a Ulan Bator, Bujumura, Podgoriza o vaya a saber usted dónde, que el punto navideño no se lo cojo yo por ninguna parte. Para lo único que sirve es para reconocer perfectamente a su hijo Marc, porque gracias a esos reportajes anuales le hemos visto crecer. Lo cuál, bien mirado, también es una putada, porque aparte de “hala, cómo has crecido”, nunca se te ocurre qué decirle al hijo de unos amigos que hace mil que no ves. “Qué va, si estoy igual que en la felicitación de este año, ¿no la recibisteis?” “Sí, jeje. Parece que ya va haciendo más calor, ¿eh?” “Oiga, si no sabe de qué hablar conmigo, no hace falta que se sienta incómodo.” “Qué va, incómodo me siento con … eso de los palestinos y los israelíes… El mundo está loco, ¿Eh?” “Ah sí, precisamente este año vamos a Jerusalén, ya recibiréis la felicitación, ya”
Las fotos de vacaciones son de algo que todo el mundo conoce ya, como la Sagrada Familia o la Torre Eiffel, que hay postales por todas partes y que en la era de Internet uno se baja en formato JPG, pero con la salvedad de que el colega del que se hizo la foto está delante poniendo cara de panoli. Se sustituye al colega por otro colega y ya está, foto de vacaciones de otra persona. Otro ejercicio es pasar del colega y su cara de panoli y hacer una foto al Taj Mahal en medio de una puesta de sol, con lo cuál nos creemos super-originales y los mejores fotógrafos de la historia. Porque las puestas de sol son a los fotógrafos aficionados como las duchas a los cantantes aficionados: herramientas de autoengaño.
Siempre queda la opción de hacer una foto a, por ejemplo, las pirámides. Una foto normal y corriente, que no tiene nada de especial y las guías de viajes y libros caros de láminas están llenos de ellas, pero EH, esta la he hecho yo. Esas fotos son las más coñazo, y ni siquiera el flipado más flipado las mira más de una vez. De hecho, cuando se las enseña a los amigos que no han ido al viaje, las pasa rápido “esto son las pirámides y tal… más pirámides… esta es guapa, en medio de la puesta de sol… eh mira, jajaja y ahí está Elena poniendo cara de faraón” En esta frase, faraón = panoli.
Por otra parte nos encontramos con las fotos a lo colega. Las fotos a lo colega son fotos de caras de panoli sin turismo de fondo, es decir, todos en una taberna tomando cervezas, abrazados y levantando el pulgar en plan buen rollo. Vamos, igual que esas fotos que haces en el cumpleaños del Rober cuando fuisteis al Molly Malone’s a inflaros a pintas y que, por otra parte, dejan de tener gracia después del quinto carromato de fotos de colegas en un bar. Y qué más da si la taberna estaba en Munich o en Burgos, es una jodía taberna y son tus jodíos amigos en la misma foto de siempre.
A la postre, las fotos graciosas. Recordemos siempre la máxima de que las cosas nunca son graciosas de por sí, sino que obedecen a un amplio espectro humorístico que básicamente hacen que las cosas sean graciosas SEGÚN PARA QUIÉN. Yo tengo una foto con una toalla en la cabeza y cara de malvado (= panoli), imitando al Emperador Galáctico, mientras que mi amiguete David lleva una espumadera en la cara, unas gafas de sol y una ensaladera de plástico en la cabeza, y utiliza una fregona como sable de luz para su improvisado disfraz de Darth Vader. Sería un error pensar que a cualquiera le podría hacer gracia esa foto, más allá de los propios implicados, quien nos conozca y, como mucho, algún aficionado a la Guerra de las Galaxias que tenga el nivel de humor por los tobillos. Pues del mismo modo, cualquiera de esas fotos chistosas “sujetando” la torre de Pisa, al lado de un cartel que diga “No se azmiten cheques” o mirando una ratatouille con cara de asco.
Y en concluyendo esta carta, que me voy de vacaciones y que no les martirizaré con las fotos que haga, que imagino serán muchas, porque a mí las fotos estólidas me parecen la caña. De hecho borro todas las turísticas y me quedo sólo con esas. ¡SAYONARA!