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Es un rumor extendido que, en las debidas circunstancias, una madre es capaz de producir la suficiente adrenalina como para tumbar de un solo puñetazo al caballo desbocado que estaba a punto de pisotear a su hijo. No menos extendido es aquel que dice que, si se mantiene el pensamiento en otra parte, un dolor en particular deja de sentirse. Tal es la filosofía que siguen algunos de los ogros más lerdos, en especial la tribu Jaraug-Grun, localizada en las cuevas del mismo nombre, cerca de Pico de Marfil. Su modo de distraer la atención para insensibilizarse ante el dolor de las heridas en cualquiera de sus numerosos asaltos a los poblados humanos al pie de dicha montaña consiste en introducirse astillas bajo todas y cada una de las uñas. De este modo, el dolor transmitido a su pastoso y abotargado cerebro mediante estas molestas pero inofensivas torturas los mantiene ajenos a cualquier otro sufrimiento físico.
Ninguno ha caído en la cuenta de que la ausencia de otras dolencias no se debe a esta pequeña treta, sino al hecho de que ni uno sólo de los aterrorizados habitantes de los pueblos atacados, simples campesinos en su mayoría, ha logrado jamás rozar siquiera a un ogro, por lo que las únicas heridas con las que las triunfales criaturas vuelven a sus cuevas son las que sus propias astillas les producen. No obstante, cualquiera con la inteligencia suficiente para tratar de explicarles este dato, indudablemente no será un ogro. Y lo que la tribu Jaraug-Grun hace con los que no son ogros no es precisamente sentarse a recapacitar sobre los peros de sus costumbres…
Erldrubbar “Gigante” Bolken, Tácticas de Combate para Jóvenes Invasores, volumen II página 139