Si les nombrásemos a Daisuke Inoue, les sonaría. No sabrían de qué, y jamás lo acertarían, pero eh, es lo que tienen los nombres japoneses, que todos le suenan a uno. Por eso traducían los nombres en Campeones, para hacernos un favor. Y quien a estas alturas llame Tsubasa a Oliver, será mejor que empiece a llamar Face a Fénix (qué nostalgia, el Equipo A) o deponga su repentina actitud purista. Podría acabar siendo una de las nuevas víctimas del asesino Puzzle (dado que siguen y siguen sacando secuelas de Saw, llegará el día en que tenga que atenerse al pecadillo más absurdo para encontrar a un tío al que atar a una desbrozadora por las orejas y hacerle resolver una sopa de letras mientras).

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Siempre serás bienvenido a este lugar

Pero a la hora de la verdad, Daisuke Inoue no sugiere nada. Ya ven, este texto empezaba hablando de él y se ha desviado solo. Nosotros mismos lo hemos tenido que consultar en la wikipedia: es a este señor a quien se le atribuye la primera máquina de karaoke. Ya saben, esa palabra que significa «no hay banda», y que en inglés se traduciría más o menos Milli Vanilli. (¿Significará esto que en la versión japonesa de Mulholland Drive, el tipo ese de la sala Silencio se plantará en el escenario y soltará un ominoso «¡KARAOKE!»? Por favor, díganme que alguno de ustedes es tan rarón como para poderlo confirmar o desmentir, o si les da vergüenza, utilicen la excusa «Tengo un colega mu friki que dice que sí».)
Exacto, por si no lo habían deducido por el críptico título, de karaoke va la cosa.

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Al menos, se pronuncia como se escribe

Dejando atrás la triste historia de… hum… Sasuku Minoia (paso de molestarme en volver a mirar el nombre, y eso que lo tengo escrito un poco más arriba), que no patentó el invento y debe de quedar a cenar cada seis meses con Tom Selleck (el hombre que rechazó el papel de Indiana Jones) y compartir miserias, ya sabemos todos lo que es el genuino karaoke. No, no es la máquina en sí, se trata del local, de ese sitio al que los que van lo etiquetan como «para echarse unas risas», mientras el resto de la sociedad lo califica simplemente como PENOSO. Y es que estos lugares son un auténtico baño de miseria social, de tercermundismo anímico. Son, simplemente, lo puto peor.

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Sólo hay una forma de caer más bajo: que la dueña sea tu madre

Analicemos una típica noche de karaoke (y sí, magníficos comentaristas de acerado verbo: esto implica que el autor de este texto ha ido varias veces a uno de estos antros). Por lo general, la magnífica idea de ir a un sitio de estos viene gestada, aunque siempre hay quien la disfraza de ocurrencia repentina, de «Eh, oye… ¿y si vamos a un karaoke?». Algo tan natural como decir, no sé, «Eh, oye… ¿y si vamos a un bingo?», lo único que con esto último quedas como el puto culo y probablemente acabes teniendo un problema serio a medio plazo. Nadie va al bingo a «echarse unas risas», desengáñense, perder dinero a lo tonto, jugando, no es gracioso ni divertido. Claro que también los hay que juegan al póker con garbanzos, de eso hablaremos otro día.
Decíamos, pues, que la idea ya viene gestada. Mi amiguete Álex Pérez, por ejemplo, siempre lo lleva en mente. Ya puede quedar para hacer un intercambio de rehenes con la mafia del este, que luego propondrá ir todos a un karaoke. Sea como fuere, y tras mitigar los ánimos aguafiestas de aquellos que pasan de ir (esos son los llamados «sensatos»), el grupito acaba en el karaoke San Francisco (nombre al azar), dispuesto a «echarse unas risas». Lo primero que te llena de júbilo y alegría es el precio por consumición: parece que se toman en serio el término, porque te cobran como si estuvieras consumiendo algún recurso irrecuperable del planeta. A mí la pepsi me la pone sin cubitos de ozono, gracias.

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Jo, tenía razón mi amigo de ForoCine, Disney sin Pixar está perdida, directa a la bancarrota…

En la concurrencia de esa noche, encontraremos una maravillosa paradoja (pero de las buenas, de las que no provocan una reacción en cadena que destruyen el mundo): al público de un karaoke se la sudan los demás, ahí cada uno va a cantar y a oír a sus colegas, y cuantas menos interrupciones haya por parte de otros cantantes, mejor; además, que así da menos vergüenza salir. Pero si se entra en un local que está vacío, da un mal rollo y un aire de cutre que espanta, con lo cuál tampoco mola… ¡Aaaah, duda cruel, encrucijada de preferencias! ¿Local petado o local desierto? ¿Vaso medio lleno o medio vacío? ¿Windows o Linux? (sí, sí, oh, sí, siempre es buen momento para este debate, oh sí, oh yeah).
Tras el asentamiento (rece porque le toque un sofá, porque los demás asientos o no tienen respaldo o están jodidos y se tira uno toda la noche en vilo pensando que se va al suelo), viene el momento más emocionante:La Batalla por el Cancionero. El cancionero es como la carta de un restaurante, sólo que cuando uno va a un restaurante, ya sabe más o menos lo que quiere y se limita a ese apartado. Lo malo en el karaoke es que el Caos reina sobre el Orden. En principio, se sigue un orden Alfabético, unas veces por cantante, otras por canción. No, no me refiero a uno u otro orden según «según el local». Me refiero a EN UN MISMO CANCIONERO. Así, pasamos unas cuatro veces Noches de Bohemia: en la N de Navajita Plateá, más adelante en Noches, en la O de Operación Triunfo, en la M de Manu Tenorio y Nuria Fergó, en el apartado «Nuevas Canciones» (a saber en qué año lo incluyeron en el repertorio, porque hay otro apartado llamado «Canciones Nuevas» y otro «Últimas Canciones»…), y metido por error en medio del repertorio en francés, porque el que hizo el listado era la primera vez que manejaba el excel.

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Rayos, nunca tienen las canciones que yo quiero

El asunto es que siempre hay tortas por el libreto de las narices. Hasta los que pasan de cantar se lo apropian, sólo para mirar lo que hay, por matar el tiempo. Es como cuando se espera en la peluquería, que pasas del cotilleo como de comer mierda, pero o te pones a hojear el Diez Minutos o no hay mucho más que hacer. Sin embargo, son peores los que van a cantar, porque ellos tienen excusa para monopolizar el libreto. Y se lo miran de pe a pa, dándole a veces varias vueltas, hasta que se deciden. ¿Por qué cuesta tanto elegir una canción? Eso depende de si el ojeador tiene intención de cantar solo o acompañado.
SOLO: Venga, a ver, hay que elegir una que nos haga quedar en buen lugar, que no la caguemos demasiado. Para empezar, hay que sabérsela medianamente bien, aunque luego no vayas a despegar los ojos de la pantalla, no sea que te confundas (es que ni en el estribillo del «La, la, la» se arriesga uno a no leer la letra). Tras esta preselección, apetece cantar unas treinta o cuarenta. Es entonces cuando hay que ir entonando fragmentos por lo bajini, a ver si vas a llegar bien o hay riesgo de gallo. Este ritual de selección puede durar horas, y es inútil, porque al final se te va la perola, te adelantas a la letra y desafinas como un violín mojado.
ACOMPAÑADO: Esto en principio se disfraza de «cuantos más seamos, más reiremos», pero en realidad obedece a la máxima «Joder, qué vergüenza me da salir a cantar solo». El ritual es parecido al llevado a cabo en solitario, sólo que hay que señalar una de cada ocho canciones al amigo que se tiene al lado, a ver si se le enreda para que salga a cantar con uno. Esto no se hace en plan ansioso, «eh, eh, eh, ¿cantamos esta?», sino, una vez más, a lo casual: «Anda, cómo mola, Cruz de Navajas…». Por lo general, el otro sonríe y asiente, pero no se da por aludido o bien se hace el longuis que da gusto. Ojo, si a su vez él señala otra, diciendo algo como: «Qué bueno, Mi Carro», sabremos que hemos encontrado a nuestro compañero de ridículo. Ahora sólo hace falta que ambos coincidan señalando la misma canción y sus miradas se crucen con el chispazo de la complicidad ante el ridículo, como cuando vieron aquellas peluconas moradas en un puesto de la Plaza Mayor. En caso de que se le agote la paciencia, siempre se puede recurrir al pique «Hostia, Amigos para Siempre… ¡no hay huevos!». Recuerde suavizarlo con una manta de «Venga tío, y nos echamos unas risas». Eso ante todo.

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¡He dicho que «La Raja de tu Falda», joder!

Por supuesto, en los momentos previos a nuestra actuación, siempre seremos clementes y bondadosos con la gentuz… con los que salen al escenario. Cualquier mofa se podría volver contra nosotros, así que mejor aplaudir a todo el mundo, reírse con disimulo y ser buenecito. Una vez hecho el ridículo propio, se acabó la diplomacia: a la pierna, sin piedad.
Sería imposible hacer un listado con las canciones más repetidas de un karaoke, puesto que dependen en gran medida del emplazamiento de este y, sobre todo, de la gente que asiste. ¿Y con qué tipo de gente nos podemos encontrar en uno de esos antros de perdición? La clientela del local se define a la perfección con una palabra: ARQUETIPO. Si existiera un juego de rol sobre karaokes, no habría que cascarse mucho el cráneo para parir el capítulo de «tipos de personaje». Son, a grandes rasgos, los siguientes:

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Dos gardenias para ti, Cáaaardenas, que yo quiero dos cojone asín de gordos, oaaaah

Johnny Molomucho: A este lo peina su legión de duendes con rastrillos. Suele ir con camisa (desabrochada para que se le sugiera un poco el pecho-lobo) y americana, lo que podríamos llamar «Vestir a lo Francisco«. Lo acompaña una tía con pinta de frescales aputorzada y que, irónicamente, pasa mucha vergüenza si la obligan a cantar. Johnny se come el escenario con sus cuidadas interpretaciones (sale cada dos por tres) y canta las típicas cosas como de lucirse mucho, tipo Mediterráneo (la de Serrat, no la de Los Rebeldes) o New York, New York. Lo hace respetablemente bien, y a los aplausos del público se suman las palmas que da su acompañante sin usar las manos. Se le ve de lejos que no es la primera ni la segunda vez que va allí (siempre con acompañante distinta, eso sí) y que, por supuesto, siempre pide las mismas putas canciones.

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Hasta el último momento, su plan para aquella noche era jugar al Monopoly to fumás

Las Pavi-Chicho: Este grupito de coleguillas que se ríen por todo, que dan palmas y que salen al escenario a cantar o una muy melódica, que a varias voces (que no se molestan en intentar armonizar, cada una va por su lado y tono) adquiere tintes hecatómbicos, o la típica de dar muchos gritos y hacer el ganso. Gracias a la penumbra que reina en estos locales, no se ve la tonalidad tomatil que adquieren sus rostros, porque en definitiva, cantar Desátame de Mónica Naranjo chillando como locas no ha sido tan divertido como esperaban. Lo bueno es que cuando suben al escenario, ofrecen doble espectáculo: canción y pelea de gallos.
La Toñi: Esta mujer, a la que, en nuestra santa diplomacia e inocencia, catalogaremos como «ya tiene una edad», pelo corto, medalla de la Virgen del Carmen, reloj chapado en oro y blusa sin mangas modelo «espíritu joven» (la media de edad de usuarias de esta prenda devalúa un tanto la supuesta juventud), sale a cantar en solitario o con una homóloga. Su canción favorita es El Ramito de Violetas, la cuál parece más fácil de cantar cuando la sueltas entre dientes mientras repasas los azulejos del baño o cuando tienes a Cecilia en la radio para cubrir tus carencias vocales. Pero sola ante el peligro (o peor, a dúo), la pobre Toñi la caga a cada estrofa, y va hundiendo tanto el cuello en el torso conforme avanza la canción y aumenta su bochorno, que termina como Tontín el de El Escuadrón Diabólico, escondiendo la cabeza.

Los Chavales: tronchantes representaciones del más puro Dani, dan la réplica a las Pavi-Chicho, pero ellos más a lo rococó. Es decir, que si hay que hacer el ganso, dejad que os enseñen los maestros, que vais a flipar. Estos salen a hacer mucha gracia, la montan al subirse al escenario, se pelean por ver quién coge el micro (siempre se le cae a alguno), dicen algunas gilipolladas mientras empieza la canción («eh Dani, maricón, no te escapes, hijoputa, déjame sitio, se la dedicamos al cabrón del Moisés» y cosas así, las palabrotas siempre dan risa) y se ponen a dar la nota, cantando fatal aposta, haciendo voces chorras, dando gritos exagerados a lo hincha futbolero y saturando al público antes de que llegue el estribillo. Por supuesto, les encantan las «cachondadas» del tipo El Tractor Amarillo o Vivir así es morir de amor. Al final sólo se ríen ellos.

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Si no le da vergüenza ir así por la calle, menos le dará subirse a cantar

Johnny Molomucho Versión 2.0: Bufón, histriónico, saltimbanqui, ramera de la atención. Coge una canción, si es rara mejor, y sale a que todo el mundo flipe. Tiene su gracia, y es el único que produce risas que no hay que tapar con la mano. Eso sí, si sale más de una vez la misma noche, pierde su encanto (no olvidemos lo dicho antes: la gente ha venido a cantar y a oír cantar a sus colegas, no abusen de su público). Para más información, póngase en contacto con destacados representantes del gremio tales como Nacho Vigalondo o Antonio Castelo (que me expliquen cuándo fue ese «antes» de «tú antes molabas»). Vaya dos titanes.
Cansino, de Scorsese: A ver, dado que el nivel musical es pésimo, al menos uno puede dar palmas o corear los estribillos. Se crea un buenrollismo que oye, tiene su punto. Entonces anuncian que sale a cantar un tío que siempre tiene un nombre como Emiliano o Vicente, y que corta el rollo el 100% de las veces. El tío tiene un tamiz acojonante para localizar las canciones más soporíferas del libreto, y encima las suele cantar como el puto culo. Joder, al menos cógete una fácil y te hacemos los coros, que luego no quedan ni ganas de aplaudir por compasión. Existe una variedad muy especial, el Cansino Asturiano, que se agarra a las de Víctor Manuel (que es, en sí, todo un coñazo), y no se quedará tranquilo si no honra a su tierra cantando el abominable Asturias, si yo pudiera…

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Hemos optado por callar, dejarles disfrutar de la imagen y hacer sus propios chistes.
Grandes Karaokes de la historia

Esta actividad que les hemos desgranado puede parecer propia de lerdos o gente con poca vergüenza. Nada más lejos de la realidad. A todo el mundo le gusta cantar y pasar un buen rato aunque sea a costa de hacer un poco el ridículo, y el karaoke pronto se asentó en nuestra sociedad. La TV y el cine se hicieron eco del popular pasatiempo, y también comenzaron a aparecer auténticos eventos karaokiles alejados de las tradicionales salas. Algunas muestras de la penetración del invento serían:

EL karaoke de los salones del manga
: Es indivisible: la canción y los salones del manga van pegados como ver a Willy Toledo y las náuseas. Los otakus han convertido estos eventos en algo tan ruidoso, llamativo y colorista, que se han extendido a cualquier salón del cómic “en general”, para desesperación de los pobres tenderos cuyo stand linda con el tablao que usan por escenario. Mientras viejas glorias del noveno arte se aburren ante la falta de gente en sus firmas, las colas para hacer el canelo cantando algún opening de Bleachcongestionan los pasillos de los recintos. Los participantes son, básicamente, los mismos que se describen arriba, con una salvedad: van disfrazados y cantan en un idioma aún más ignoto para ellos que el inglés. Y no pueden usar la excusa de ir borrachos o fumaos (que, no nos cansamos de repetir, sirve para justificar cualquier acto). Es, en general, más aburrido que el normal, ya que la precariedad de los medios hace que la letra haya que mirarla en una hoja de papel y, como consecuencia, las actuaciones sean estáticas y aburridas como la misa de una boda. A fuerza de insistir los mismos participantes evento tras evento, se ha creado un star-system que podrán ver berreando todos los años en Madrid y Barcelona, y que cuenta hasta con fans, como nuestro heavy Naruto o el famoso Suboshi.

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Jordi LP grabó un CD, en DDD, sobre el D&D


Ven a cantar
: Innovador formato que permitía que, mediante cuatro durejos y la inestimable participación de los tontos del pueblo, Tele 5 rellenara una hora de programación y consiguiera suculentas audiencias. Presentado por Jordi LP y posteriormente por Paco Morales (a quien el Dr. Sierra conoce por Paco Otracosa), aquel espacio primigenio se caracterizaba por su carácter ambulante, aterrizando un día en Torrijos y otro en Mataporculo del Páramo, para algarabía de los ciudadanos, que iban a ver “el pueblo por la tele”. Que poco han cambiado las cosas ¿eh? El repertorio os lo podéis imaginar: Galilea de Sergio Dalma (¡que fortuna la mia!), los dos hits de Manolo Tena y algunas del Dúo Dinámico. Todas siguen sonando en Al Pie de la Letra, las canta el tío ese con cara de estar oliendo mierda en un palito. Cada dos o tres años vuelve a aparecer el mismo concurso en alguna cadena, para desaparecer rápidamente. El único cambio es que ahora los tontos del pueblo aparecen con el pelo del punta, con horas de gimnasio en el vientre y el pecho depilado, pero por lo demás sigue igual.
El Anti karaoke: «El karaoke con actitud», dicen sus fans. Creado en Barcelona, se trata de un acontecimiento que cuenta como maestra de ceremonias con la humorista Rachel Arieff, que entre canción y canción hace numeritos caracterizada como diferentes personajes, uniendo así música e imitación, como esos magos del humor que son Pedro Ruiz o Los Guiñoles. Pero a la americana y con cierta gracia (aunque Wally asegura que le recuerda a cuando el marica de los Morancos se hace pasar por guiri). El caso es que la lista de canciones es bastante más potable que los karaokes normales, aunque al final la gente sólo cante y se entusiasme con las mismas melodías de los Maiden, Gansos Rosas y Metallica que ponían en el Discocross. El lado positivo es que hay gente que va a dar un espectáculo más o menos entretnido y no a hacer la gracia con los colegas, y la predisposición de la gente de ir a «flipar» hace mucho para que sean jaleadas muchas melodías. Pero tiene un lado oscuro: hoy por hoy, el AK, al igual que sucede por los del manga, es controlado por una serie de asistentes habituales que berrean sistemáticamente en cada edición, algunos incluso varias veces, mientras que los más nuevos e ingenuos se apuntan tarde y se quedan con ganas de salir al escenario, o, en caso de poder subir, son recibidos en muchos casos con indiferencia al no pertenecer a la élite. Eso, en todo caso, no es culpa ni de Arieff ni del público; como mucho, será culpa del PP, como todo.

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¡Medio gramo para el equipo de las chicas!


Furor
: Si tuviéramos que elegir algún programa en cuyos intermedios se consumiera más cocaína, sin duda Furor sería uno de los principales candidatos. En mi casa se conocía como «Furor Químico», y mientras duró, nos proporcionó momentos gloriosos e inolvidables. El concurso dividía a los intérpretes, todos ellos “gente famosa”, en dos grupos, según su sexo, encargándose de moderar el tema el gran Alonso Caparrós, perfecto representante de la escuela de presentadores que nuestro amigo Álvaro denominó “rollo chochitos”. Allí se daban cita mostros de la talla de Antonio David, Sergio (sin Estíbaliz), Belen Esteban, Karmele (sí, la madre de Amaral), Goyo Gonzalez, Francis Lorenzo… cualquier famoso, ex famoso o aspirante a famoso era susceptible de pasar por ahí, como sucedía con la cama de Nuria Bermúdez… Según avanzaba el programa, Caparrós pasaba de estar contento a histriónico, y con él, más de un concursante, que acababa berreando El submarino amarillo sobre la mesa, corbata en mano, y masajeándose el tabique nasal al grito de «po-pu-rrí, popurrí».
El Singstar: Espantoso juego que introduce una muy ansiada novedad: el sistema de puntos. Se acabaron las discusiones a punta de navaja. Por fin una máquina nos indica, sin lugar a dudas, quién ha ganado. Lo peor es que para ello se basa es nuestra capacidad de imitar la canción original. Cualquier giro personal que intentes dar a la tonadilla, o cualquier variación en la métrica que introduzcas, será castigada con una reducción de la puntuación. Total, que el juego degenera en aquellos recitados infantiles sobre el recorrido del río Tajo y donde la nota dependía de lo bien que te habías aprendido la cantinela. La gente acaba imitando lo mejor posible la voz original hasta que se cansan y acaban berreando de cualquier manera, mientras el resto, por fin, se parte la caja. Claro que para eso no hace falta gastarte los cuartos en el juego. ¿El repertorio? Pues ya puede ser etiquetado como rock, pop, 80s o español, que parece extraído directamente de los playlits de Kiss FM. ¡No, en casa no!

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En España, harían falta cinco guionistas, cuarenta subvenciones y Santiago Segura para una película así

El módulo para la cadena:
Indispensable complemento para hacer el imbécil en casa: un cacharro que «quita» la voz a las canciones y permite grabarnos encima de nuestras cintas favoritas de La Polla Récords insultando a los compañeros del instituto. Su equivalente hoy día son los programas tipo «karaoke studio» o, directamente, los midis infernales que, a la larga, provocan la aparición de herpes, tifus, RedKaraoke.com o los grupos de coña que salen en El Rellano. El horror.
Karaokes en el cine: Fieles a nuestra hoja de estilo, no entraremos hoy en un largo listado de películas. Por destacar alguna, hablaremos de los asiáticos, que como es natural, se llevan la palma: tienen hasta películas dedicadas al tema. Ahí está Let’s sing along, con la difunta Anita Mui echándose unos bailes sobre el escenario, y que inspiró aquel Duets con Gwyneth Paltrow que mejor olvidamos para siempre, o la más reciente Karaoke Terror, situación que todos hemos vivido alguna vez cuando el Paco se canta la de Eloise. Entre nuestras favoritas, está, por ejemplo, aquel karaoke que se marca Stephen Chow en Shaolin Soccer con su amigo cabeza de hierro. Pero hay una que queremos destacar, y no; no es la escena de Bill Murray en Lost in Translation, sino la otra gran escena americana de Karaoke: la de Jim Carrey cantando Somebody to love en Un loco a domicilio, enorme y gigantesca en todos sus factores.

Todo los mandamientos expuestos en el artículo se encierran en dos: colgarás tus videos de karaoke en el youtube y mandarás el link a tus contactos del Messenger. La existencia del Youtube hace que la experiencia trascienda la mera anécdota con los colegas bajo el latiguillo de “nos partimos el culo, macho”, y permite que sea compartida en su plenitud no ya por el grupete de siempre, sino por todo el mundo. La fama al alcance de la mano. ¿Quién sabe? Igual a una chica le hace gracia y acabas ligando. La cúspide de todo esto que les venimos contando, queremos recordarles el video de Benigno Escalante “Nike” Salteño, que interpretó con acierto el tema Cuenta Regresiva del grupo Europa en el programa argentino Si lo sabe, cante. Pasarán más de mil años, muchos más, y aún nos reiremos del pobre, y seguiremos sin saber qué es un “emulón”.

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La cosa siempre podría empeorar…

Hoy en día, el salón karaoke, lugar donde se originó el invento, se encuentra en decadencia. No hagan caso de quienes dicen que desde principios de década fueron perdiendo la gracia; esos son, como siempre, víctimas de la manipulación informativa. Ni tampoco a los discos de Karaoke de sus grupos favoritos (que los hay). La realidad es que, igual que los salones recreativos, las bibliotecas o el servicio militar, su pérdida de popularidad se debe a los malditos videojuegos. No contentos con lavar el cerebro a los jóvenes para volverlos androides ultraviolentos, marginados sociales o dependientes del GAME, los satánicos terroristas de la industria del videojuego sacaron el ya mencionado Singstar como sustituto barato y comodón del entrañable karaoke. Sí señor, cada uno a hacer el pollaboba a su casa y punto.
El cantar, por lo tanto, no parece que se vaya a acabar, pero sí a mudar. ¿Qué ocurrirá con esa famosa whiskería de Alcalá de Henares en la cual, a pesar de su mala reputación, se dan cita chicas y chicos para cantarse una de Perales? Para un entretenimiento que tenían las pobres colipoterras y se lo quieren quitar. Nosotros prometemos que este año nos acercaremos por ahí a entonarnos una del Bustamante y cerrar el círculo: de cantante de karaoke a artista de karaoke. ¡Casi na!