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Vielkomenn. Hace tiempo, en la primera entrega de esta minimalista serie de emulación de escritores/guionistas famosos, expusimos cómo crear el inicio perfecto para una película de polis con camisetas de tirantes y relación de amor/odio con el comisario jefe por sus métodos radicales y al borde del reglamento. La lección de hoy está enfocada a dar a nuestro guión un poco de luminosidad, intercalar tiros, sangre y todas las formas verbales de «joder» con esa perorata que directores de la talla de Quentin Tarantino han convertido en imprescindibles clásicos del cine violento, mafioso y macarril. Bien puede ser utilizada para complementar la primera lección, como escena de futuro éxito entre fans internautas y gente que escribe libros de cine, que vienen a ser todos lo mismo y ensalzar las mismas películas. Adelante, pues:
La escena, un tipo con aspecto de mafioso importante y sin escrúpulos, sentado en una butaca (el asiento de los tipos con aspecto de mafiosos importantes y sin escrúpulos) tiene un cuenco de helado frente a sí, del que come una cucharada. Un tipo duro con traje y corbata hace su entrada, conduciendo a un tipo con aspecto de chihuaha histérico y probar la cocaína con la punta de la uña repugnantemente larga de su meñique hacia el mafioso. Está claro que este le va a poner las peras al cuarto, algo ha debido de hacer.
Un escritor sin estilo se limitaría a soltar al metepatas ante el mafioso, este le diría que ya la ha cagado demasiadas veces, y ordenaría que le metiesen un tiro a ritmo de música clásica. Un verdadero guionista con gafas y perilla sabe que lo suyo es destacar con un discurso en principio pacífico e irrelevante, basado en metáforas de la vida cotidiana, coqueteando con detalles oscuros que hagan entrever lo que le va a pasar al metepatas con pinta de chihuaha. Vamos allá con el discurso:
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¿Qué pasa, Tony? Te veo nervioso ¿Quieres un poco de helado? Ayuda a relajar los nervios. A mí me encanta el helado. No los dulces en general, de hecho, odio los jodidos dulces, pero mataría por una buena ración de helado. Mi favorito es el straciatella, especialmente el que hacen en Maisy Cream. ¿Has ido a Maisy Cream, Tony? Tienen el mejor straciatella que puedas probar, te lo aseguro. Es una jodida delicia. Lo único que odio del helado es cuando estás disfrutando una buena cucharada, dejando que se funda en tu boca llevándote al mismo cielo del jodido sabor y de pronto te cala los dientes, haciéndote joderte de dolor, agujereándote hasta el puto cerebro con una punzada gélida.
Verás, Tony, hay que cuidar mucho los dientes, porque si no, duelen. Te habrás fijado en que existen tres tipos de dientes: los de arriba, los de abajo y las muelas. Las muelas hacen todo el puto trabajo duro, masticando toda la mierda que te metes en la boca y que los dientes se limitan a cortar con un par de mordiscos. Sin las muelas, estarías jodido. En cuanto a los dientes, los de abajo tienen mucho más trabajo que los de arriba: tienen que apretar con fuerza al morder, mientras que los de arriba se limitan a quedarse en su sitio y dejar que los demás hagan el trabajo duro por ellos.
Sin embargo, a la hora de la verdad, los dientes más valorados son los de arriba. Si alguien se viese obligado a sacrificar uno de sus dientes, elegiría cualquiera, salvo los de arriba. ¿Una puta muela? Qué más da, hay muchas más. Tienes la jodida boca llena de ellas, y o eres el puto Jerry Lewis o nunca abrirás tanto la boca en público como para que se te vea el agujero. Y casi lo mismo podría decirse de los dientes de abajo. Pero Tony, nadie quiere perder uno de los dientes de arriba. Alguien sin un diente de arriba dejará de sonreír, o se tapará la puta boca para reírse cada vez que alguien cuente un chiste. Los que más se valoran son los dientes que menos trabajan, pero están ahí para cumplir su puta función estética.
¿Entiendes lo que quiero decir, Tony? Me gusta pensar en nosotros como una gran boca funcional. Tú y yo, Tony, somos dientes. Hay muelas que terminan el trabajo que nosotros empezamos, que mastican lo que nosotros mordemos y nos ayudan a tragarlo. La diferencia entre tú y yo es que yo soy un jodido diente de arriba orgulloso de mí mismo, y tú eres uno de esos sufridos dientes de abajo que se llevan la parte más dura cuando hay que morder algo, mientras yo me siento en mi cómoda butaca y espero a que empujes la puta tostada contra mí, para poder cortarla y pasársela a las muelas. ¿Vas entendiendo, Tony? Si las cosas van mal, si hay que ir al puto dentista y elegir qué diente sacrificar, nunca seré yo el elegido, sino una de las muelas o, en caso grave, uno de los jodidos… dientes… de abajo.
Tranquilo, Tony. Se te ha puesto mala cara. ¿Quieres un poco de helado? No sé si lo he dicho ya, pero ayuda a relajar los nervios…
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Independientemente de si prueba o no el helado de marras, a Tony se lo cargan. Pero eso es lo de menos, lo realmente importante es que añadimos minutos al metraje, ya que una película no es respetable a menos que dure de 120 minutos en adelante, damos colorido a nuestro villano y promovemos la venta de pósters y camisetas con imágenes o frases de nuestro futuro éxito.
En la próxima entrega, fecha de publicación desconocida, orientaremos el curso a los éxitos literarios, apoyándonos en uno de los grandes ídolos con pies de barro: Stephen King. Sus recursos más trillados y apreciados por el público al alcance de su mano, apreciados lectores y futuros escritores/guionistas. Hasta entonces, sigan practicando.