Aunque el nivel de cinismo de esta santa web supera con mucho la cantidad diaria recomendada, no tenemos los santos cojones de negar que no sólo hemos pecado, sino que seguimos pecando de un criterio más bien escaso. Y no sólo televisivo, sin ir más lejos yo combino sin rubor pantalón verde con jersey rojo y Viruete moja churros en la sopa. Este defectillo, que nosotros asumimos con resignación –y que muchos ostentan con orgullo, sólo que lo llaman jo tío qué friki soy- ha servido de excusa a creativos y ejecutivos para lanzar al mercado productos sin tener que hervirse la sesera. El resultado es como cuando en un bar trituran todas las sobras del día anterior y las rebautizan “Croquetas Caseras”. Bajo el lema “Bah, si es para niños” hemos asistido a secuelas y precuelas inocuas, spin-off insospechables y sagas familiares imposibles, todo ello sin más ambición que su venta a tanto el kilo y a otra cosa, Sinforosa.

Nos centraremos pues en las sagas familiares, especialmente en aquellos ardides de conquistar a “los peques de la casa”, ante la creencia de que un niño no se puede divertir con el Pato Donald porque lo ve muy mayor y no se identifica con él.

 

MIS SOCORRIDOS SOBRINOS

En un principio no quedaba bien que los dibujos tuviesen hijos, ya que para ello había que buscarles madre y por aquel entonces un padre no podía ser soltero, sólo viudo. Imagínense la papeleta de explicarle a un niño que Scooby-Doo se había casado pero su mujer había muerto poco después de parir. Scrappy-Doo, si bien el más notorio por su repercusión sobre la serie de su tío (terminó por sustituir a Fred, Velma y Daphne durante un tiempo), no sólo no fue el precursor de la moda sobrina, sino que es el más odiado por la hedionda nostalgia treintañera, como se confirmó en la adaptación a cine. Hijo de una supuesta hermana de Scooby llamada Ruby-Doo, el pequeño defensor del poder perruno era imprudente, acelerado, tozudo y bravucón, y de haber llevado esclava y una circonita cutre en la oreja habría sido un cani en toda regla. Pero rompo una lanza en su favor, y es que es de los pocos sobrinos que no lleva gorra o gorrito.

 

Illo, surmano, ame lo botine o va a llorá, ira, poer perruno to guapo

 

Pero remontémonos al albor del sobrinismo, mucho antes de aquel horror de Lenny Luthor en Superman IV. Nos hallamos en el año 1932 y el apacible dibujante de tiras cómicas Floyd Gottfredson decide otorgar al célebre Mickey Mouse dos sobrinitos gemelos: Morty y Ferdie, ratoncillos algo traviesos pero con muy buen fondo, que si traían problemas a su tío Mickey era por la pura inocencia, imprudencia e ignorancia infantil (esa que a mí me empujó a comprar el Drácula de Super Nintendo). Años más tarde, la fórmula habría de repetirse para presetar en sociedad los sobrinos del otro buque insignia de Disney: Escrivá de Balaguer el Pato Donald. Aunque Jaimito, Juanito y Jorgito eran también tirando a inocentones y bienintencionados, no eran sino otra burda manera de atormentar al pobre Donald y pronto sacarían un lado más rebelde, haciendo innecesarios a los irritantes Chip y Chop para estropear las meriendas a su tío. Tanta impertinencia sólo es comparable a los que llaman a la puerta y te preguntan si tienes internet y con qué compañía.

 

Po-pu-rrí, popurrí

 

Pero también las novias de Mickey y Donald tendrían su contrapartida infantil, destinada sobre todo a enfrentarse a los chicos en un claro precursor del concurso Furor, pero sin farlopa. Así, las poco conocidas Millie y Melody por parte de Minnie y Abril, Mayo y Junio (suena a show de drag queens) por parte de Daisy, no eran sino versiones reducidas de sus tías, quienes ya de por sí eran secundarias, por mucho que los fabricantes de pijamas quisieran y quieran hacernos creer. Tal riqueza familiar en el universo Disney no sería ajena a los malos de turno, y así uno podía encontrarse pululando por las viñetas a Lobito Feroz, que era vegetariano y amigo de los Cerditos, Pierino y Pieretto, los sobrinos de Pete Patapalo e incluso a unos traviesos Golfillos, réplicas de los atolondrados Golfos Apandadores . Las similitudes con sus familiares alimentaban importantes valores como la pureza de raza y la reproducción como único fin para el ayuntamiento carnal, por lo que Pío Moa prologó la mayoría de recopilaciones de sus historietas.

 

 

Lo mejor de cada casa

 

Más sobrinos a mencionar serían Mortadelín y Filemoncete, aparecidos en una historieta que se ha salvado de ser la peor de Ibáñez gracias al bochornoso crossover que hizo con el Capitán Trueno, o los tres sobrinitos del gato Heathcliff (o Isidoro), que tan sólo aparecían en la película promocional de la nueva serie, para ser testigos involuntarios de las batallitas de su tío. También tuvimos la pepla aquella de James Bond Jr, serie en la que por salvar algo podríamos decir que la canción tenía su aquel, en la que también aparecían los descendientes del inventor Q y de Felix Leiter, el gran amigo del agente británico (y el único al que no se han cargado los malos). Y es que de 007 no salen más que mierdas, ahí tienen el juego de rol (o mejor dicho no tienen, NADIE lo tiene). En el cine, el caso más sonado de sobrinismo aparte de Coppola y Nicolas Cage será quizás la figura de Nick Lassard, quien más que sobrino del despistado comandante de la Loca Academia de Policía parece primo hermano de Mahoney, pues es un calco de este pero con tufillo surfero/macizorro que tomó el relevo a Steve Guttenberg cuando este abandonó la saga. Que ya se podía haber quedado, total, su carrera se hubiera ido al mismo cuerno…

 

MIERDA DE ZAGALES

Excepto en la película de Kirk Cameron, lo normal es que de tal palo, tal astilla. Ahí tienen a Jon Voight y Angelina Jolie, quienes comparten esa cara artificial, como de papel maché, y que recuerdan a los malos de Dick Tracy. En el caso que nos ocupa en el presente texto,  el hijo consistirá físicamente (moralmenterl) en una fotocopia del original, aunque más pequeño y de aspecto modenno, si bien la personalidad ha de ser lo más opuesta posible para que dé como más risa.

 

 

Los fans de Modestia Aparte cuando canta el batería

El bueno de Goofy, a quien siempre se nos mostró como un simplón frente a sus avispados camaradas Mickey y Donald, resultó superar a estos en el tema de faldas. Mientras ellos se conformaban con llevar a bailar a Minnie y Daisy, el ingenuo Goofy se dejaba engañar por alguna pécora cazamaridos que lo enganchó con el viejo truco del condón pinchado. Fruto de esto llegó Max y, como no podía ser de otra manera, el avieso Pete Patapalo se puso verde de envidia e igualó la marca con sus propios retoños, P.J. y Pistol. Quiso el destino que acabasen compartiendo vecindario, tal y como se vio en La Tropa Goofy, serie de la tele que dio origen a una película, al consiguiente videojuego de Super Nintendo y a una novela de Vargas Llosa. A Max le molaba el rock, era un hacha con el monopatín, vestía ropas anchas de skater, peinaba flequillo a lo Almodóvar y en la intro salía bailando con gafas de sol, así que era difícil molar más que él. En cuanto a la prole de Pete, le salió bastante perruna la cosa teniendo en cuenta que era un gato. Además eran dos cachos de pan, nada que ver con el cabronías de su padre o sus primos antes mencionados. Seguro que en los recreos comían fruta y se quedaban en clase para jugar al AD&D.

 

No hay duda de que son suyos. A menos que el butanero sea rosa.

Pero si existe un personaje de paternidad inesperada es sin duda La Pantera Rosa. Porque uno podía esperar verlo de vaquero, de pintor, de piloto de carreras,de ministro de fomento… pero ¿de padre? ¡Si ni siquiera nos planteamos nunca si era macho o hembra! Se deduce que este hecho cogería a la Pantera tan de sorpresa como al público, pues arrollado por la noticia puso a su primogénito el primer nombre que se le pasó por la cabeza: Pinky. Tiempo después llegaría Panky, un bebé con sus pañales grandes, como mandan los dibujos animados. A la madurez sexual de La Pantera Rosa le acompañó otro cambio sustancial, y es que de pronto el elocuente felino se puso a hablar por los codos. Y menudo pedante, madre mía, lo mismo que Espido Freire pero mejor depilado.

 

Equipo de guionistas de la gala de los Goya

No podemos olvidar a Pebbles y Bam-bam, los bebés Picapiedra quienes, ya talluditos, terminarían por protagonizar su propio spin-off, más cercano a la españolada del destape que a la comedia musical adolescente que pretendía. Pebbles era la hija de Pedro y Vilma, aunque no tenía tanto carácter como ellos. De hecho era totalmente accesoria y servía para ampliar los follones en los que se metía Pedro. Pese a ser adoptado, Bam-bam Mármol se libraba de las crueles burlas de sus compañeros de guardería a costa de machacar cosas con el garrote o levantar y sacudir cosas realmente pesadas, como por ejemplo un capítulo de Museo Coconut. El origen de su superfuerza es un misterio, pero si buscamos explicaciones lógicas en una serie en la que se duchan con un mamut y ven la tele en un canto rodao, mejor investigar el origen de nuestro grave trastorno mental.

 

 

 

Sus peripecias eran (ojo al gag) LA MONDA


Pero también mis héroes favoritos (y los suyos, si tienen algo de buen gusto) se tomaron un respiro en su labor de salvar el mundo para plantar el geranio. Ahí tienen a Jake jr., Eddie jr. y Tracy jr., los Cazafantasmas de Filmation, versiones revisadas de sus padres, protagonistas de la telecomedia de los 70. También a los inexplicables Gemelos Superlópez, Jolín y Jolina (parece ser que La Pantera Rosa le prestó el libro de nombres para bebé), que no se parecen a su padre ni tampoco a su madre, una tal Káspita Erraska, sino a otro personaje de Jan, el chocante Pulgarcito y su gorra de reggaetonero. Mientras Jolín es una versión infantil de su padre, Jolina es la típica gafotas de mierda que todo lo sabe y que de mayor tendrá un blog para buscar novio entre sus comentaristas. Para que vean adónde lleva el consejo de Jan de leer mucho.

 

LA FAMILIA Y VEINTE MÁS

Hasta ahora hemos visto exprimir a la Gallina por muy clueca que parezca, pero no podemos pasar al siguiente bloque sin un paréntesis en el que tomaremos tres huevos de oro de épocas distintas, huevos que a su vez se intentaron desenroscar para sacar otro huevo más pequeño de su interior, rollo Matriuska, y que no gozan de mis ya de por sí escasas simpatías:

 

Lo más original de esta serie es que el que lleva gorra es el padre en vez del niño

Del inexplicable éxito del Diablo de Tazmania, aparte de un sinfín de camisetas para gordos campechanos, brotó un eccema gangrenoso cuyo título, Taz-mania, ya destilaba más ingenio que el spin-off más arrastrao después de Joey y El Show de Cleveland. Junto al infumable bichejo, a quien para completar el superjuego de palabras del título y para que rimase en la canción de la intro se rebautizó con la enrollada abreviatura Taz (y de milagro no le pusieron gorra), desfiló un aluvión de personajes olvidables que incluía a la propia familia del protagonista, arquetipo de telecomedia americana con hermana frívola, mamá fregona y papá con camisa de manga corta que adora ir de pesca. Lo más reseñable de esta serie es que apareció en la primera tirada de Tazos de Matutano, en los llamados Supertazos que, según decía al reverso, valían “2 puntos”.

 

Haz como Poochie y vuelve a tu planeta, imbécil

En cuanto a Dawn Summers, la hermana pequeña de Buffy Cazavampiros, sólo puedo decir que es el primer personaje que en vez de nacer con un pan bajo el brazo lo hizo con un calzador asín de grande y que después de sacarla para hacer la gracia, ya se la podían haber cargado y santas pascuas. La primera de muchas chuminadas de Joss Whedon, quien al terminar la cuarta temporada ya se podría haber dedicado al boyante negocio del pladur o algo.

 

Así vengan los Snow Bros. y os congelen

 

El tercer caso es doblemente doloroso para mí, y nace de las geniales ideas “Eh, relancemos al Inspector Gadget y “eh, hagámoslo exactamente igual pero sustituyamos al perro por dos robots, que gustan más a los niños de hoy”. Así, amigos, fue como el valiente y resignado Sultán, mi héroe de la infancia, dio paso a los repelentes Gadgetinis, un paso más en el inevitable camino que conduce a la rebelión de las máquinas anunciada por Sarah Connor (la misma profeta que sopló a Lydia Lozano que la hija de Al Bano seguía viva).

 

EL PRETÉRITO IMPROPIO

En una época en que sólo generaban secuelas las paperas, el término precuela no sólo no existía, sino que a su creador lo habrían tirado por un terraplén metido en una cabina de teléfonos. No obstante, de mano de algún que otro visionario nos llegaron unas pocas precuelas que poco o nada tenían que ver con los personajes que se pretendía explotar. Así, antes de asistir a la emotiva conversión de Anakin al reverso tenebroso, pudimos asistir a infancias más ricas en matices, como en Pequeñecos (1984), donde asistíamos a los años de guardería de la Rana Gustavo, Miss Piggy, Gonzo, Animal y Mario Vaquerizo, entre otros chocantes monigotes. Aburridos en la monotonía de apilar cubitos con letras y aporrear sonajeros contra la alfombra, los entrañables bebés vivían las más asombrosas aventuras colándose en secuencias de películas de imagen real, versionando canciones y, en suma, haciendo lo que el 80% de gente que sube vídeos a youtube.

 

"Vamos a grabar un podcast de chorradas como el del Viruete. Va a ser la puta risa."

Un par de años más tarde, Hanna Barbera (esa que ahora se hace llamar Miley Cyrus), ampliaría sus horizontes: tras años de reciclar planos, escenarios y tramas, se decidieron a reciclar personajes. De este modo nacieron Los Pequeños Picapiedra, un auténtico desfile de cabezudos tipo fiestas de Onteniente cuyo mayor y paradójico acierto fue un personaje adulto, el Capitán Cavernícola, ídolo televisivo de los mocosos de Piedradura, el típico superhéroe mongolo que se lleva más hostias que un puesto de muñecos. Este era a su vez pariente no reconocido de los Hermanos Macana (de Autos Locos) y gérmen de su propio hijo, Cavernicolita, que era igual que él pero con ese imprescindible artículo fresco y juvenil: la gorra. Si esta serie la pusieran hoy día, el infecto día del orgullo friki estaría salpicado de camisetas del capitán. Tan popular fue el personaje en España que hasta sirvió de nombre a una banda punk, cuyas canciones aún tarareo a veces para desconcierto de mi novia.

 

Votantes del PXC apoyando al ilustre Anglada

 

Animados por el relativo éxito de Pedrito Picapiedra y sus acólitos, los productores dieron luz verde a Un Cachorro llamado Scooby-Doo, en la cual pudimos ver a los siempre entrañables Shaggy y Scooby junto a una Velma ultragafotas con pinta de cantante de Meteosat, un Fred empeñado en ganarse el liderazgo a costa de acusar a la misma persona un episodio tras otro (el fantasma no es otro que… Bado Maloso!!!) y una Daphne precursora del hedonismo vomitivo de Chabeli Iglesias y Mari Cielo Pajares, acompañada por un siempre eficaz recurso cómico: el mayordomo. Aunque los resultados no fueron para echar cohetes, el experimento sirvió a Tom Ruegger como aupadero para crear los archiconocidos Tiny Toons, vil bastardeo de los Looney Tunes (esos que en España seguimos llamando “los dibujos de la Warner”) al ritmo del tipo de canciones que el teclista de Tennessee lleva en el mp3. Es este un caso de sobrinismo velado, pues se nos presentaba a Babs, Plucky, Hamton y demás como alumnos universitarios del Pato Lucas y etcétera, aunque en realidad no eran más que versiones exageradas y coloristas de estos. Pues eso, como Chabeli y sus hermanos.

 

 

Flipa flipa, el locurón del Josebas

Tampoco Tom y Jerry pudieron enterrar el hacha de guerra, que venía gestándose desde su más tierna infancia y en la que, oh sí, el pequeño Tom llevaba GORRA, forzándome así a tomar partido por Jerry. Sus aventuras, claro, eran mucho más suaves que la verbena de palos a la que sus versiones adultas nos tenían acostumbrados, con lo cual tampoco es que tuvieran mucho interés. Ojo, que también puede ser porque esta serie me cogió ya con pelos en los sobacos. Lo mismo se podría decir de los Looney Babies, cuya existencia desconocía hasta el momento de escribir este artículo y probablemente olvide hasta que dentro de un año me dé por releerlo alguna tarde en el trabajo.

 

NINTENDO: DIVERSIÓN PARA POR TODA LA FAMILIA

La saga de Mario está descontrolada, empezando por el mismísimo fontanero. Con tanto deporte y una dieta a base de champiñones (que son todo agua), resulta inexplicable que siga siendo don orondón del reino. Si entrase en Gran Hermano, seguramente terminaría como Creosote, el tío aquel que come hasta explotar en El Sentido de la Vida. La cosa empezó con un Bebé Mario en busca de Bebé Luigi en aquel cojonudísimo Super Mario World 2, pero luego se le tomó gustillo a la cosa y a estas alturas, si uno no tiene su propia réplica bebé, no es más que un don nadie. Tal locura ha derivado en la creación de personajes exclusivamente “monos” ante el aumento de jugadoras gracias al milagro de la WII, debido a la creencia milenaria de que a mayor número de personajes femeninos, mayor aliciente para chicas. Chorradas, cualquiera sabe que las chicas eligen a Yoshi.

 

 

Y así, cariño, es como vienen al mundo los personajes de Nintendo

Pero el germen familiar se remonta a mucho antes del baby boom, y es que el primer pecador del Reino Champiñón fue ni más ni menos que Bowser, con sus siete hijos nacidos fuera del matrimonio, los malvados Koopalings, a los que el acartonado Bowsy ha desplazado como heredero del cabezón raptaprincesas. Y mucho antes, el temible Donkey Kong se dejaba atrapar por Mario para enchufar a su retoño en la saga con la excusa de “ay, ay hijo, rescátame”. Este cuento le sirvió para una recreativa y dos maquinitas, Donkey Kong 2 y Donkey Kong Jr. (esta última en color, envidia de mis amigos del colegio), tras las cuales el pequeño gorila tomó ejemplo de Óscar el de Parchís, pues su carrera mediática amenazaba con hundir su vida estudiantil. Tras acabar con discreción un ciclo medio de FP no tuvo más remedio que volver al mundo del bit, adonde terminó por traerse a toda su familia y amigos, con nombres derivativos que siguen una clara sucesión Tolkeniana: Dixie, Candy, Kiddy, Chunky, Liddy, Lanky, Funky… y por supuesto Diddy, a quien en un arranque de genialidad se le ocurrió ponerse una gorra para ganarse al público joven y exigente. Un mono con gorra, ¿acaso hay algo más enrollado?

 

 

Un mono con gorra: el colmo de lo enrollado

PAPARL, LLÉVAME AL ZOO

A estas alturas ya deben de morirse de ganas de cerrar esto y mirar si si sus vecinos de Farmville le han dado esos kilos de forraje que tanto implora o si Vigalondo ha twitteado una o dos docenas de chorradas más. Por tanto, sólo queda dejar mención de algunos casos que se estudiaron para este expediente y al final quedaron fuera para evitar que esto se convierta en Cien Años de Soledad. Desde las secuelas filiales de Drácula y Godzilla, carne de videoclub a la altura de Beethoven 2, 3 y 4, Dr. Doolittle III, Ace Ventura Jr., El Rey León 2 o chuflas innecesarias como los atroces bebés tanto de Shrek como de su colega el Asno, el hijo del Inspector Clouseau, la interminable parentela de los Stiffler en las secuelas chungas de American Pie que nadie ha visto, Comepiedras Junior en La Historia Interminable IIAaron Carter, Marky Mark o los famosos Hijos de un Dios Menor.