Vale, lo digo con suficientes líneas de separación de los comentarios, para que puedan decidir si siguen leyendo o lo dejan. A ver si evitamos que lleguen calentitos al final y se pongan a soltar barbaridades: la serie no me gusta NADA DE NADA. Pero no es que vea que “se puede mejorar”, es que me alegro de que la pongan en La 2, porque como no veo ese canal desde que ponían Los Simpson (qué nostalgia), no interfiere para nada en mi vida.
Empecemos por Álex de la Iglesia. Para mí no es sinónimo de nada, no tiene un estilo propio. Es un señor que no hace películas, sino “homenajes”.. Uno hace las dos primeras en plan “con mucho cariño para Sam Raimi y esas pelis de videoclub que nos gustaba ver a escondidas” y luego ya se pone un poco serio y trata de ampliar la lista de cineastas para la historia. El señor este es al revés, empezó con homenajes y fue quitándoles estilo propio hasta convertirlos en películas que podrías decir “anda, coño, si era de Alex de la Iglesia”. No es raro, pues, que la serie no venga en el momento propicio: esta la hace después de El Día de la Bestia o La Comunidad y pega la gran triunfada del siglo.
En lugar de eso, va dejando pasar los años con sus guiños y homenajes y, por fin, sale su serie después de una despenada y desglorizada Los Crímenes de Oxford, dotada del sello personal de cualquier director al que haya puesto ahí el ayuntamiento. Tras reconocidos pufos como Perdita Durango (la primera en la frente), Muertos de Risa y 800 Balas (seguro que era su “película más personal”, en el bien entendido de “ese homenaje que siempre quiso hacer”), uno oye el nombre del director y ya no sabe a qué atenerse. Y es que hacer un par de pelis de asesinatos y estar gordo como un troll de David el Gnomo no es suficiente para ser el nuevo Hitchcock. Ni siquiera el Hitchcock español, que sería más fácil (¿quién? ¿Ibáñez Serrador? ¿pero ese hizo algo más que el Un, Dos, Tres?).
Pero vamos, vamos con la serie:


La premisa es que se trata de una telecomedia de ciencia ficción rodada por un “friki“. Eh, es un tío gordísimo que lleva gafas y barba, dirigió Acción Mutante y El Día de la Bestia (2 películas de 9) y, por tanto, se puede catalogar de “friki” para los restos. Claro que quién se libra de esa etiqueta hoy día… En fin, de la Iglesia tiene blog, frecuenta foros, lleva camiseta negra y se casó en Las Vegas, así que ya es un tío, como mínimo, enrollado. El título despeja cualquier duda: la cosa va a ir de risas; más que de risas, de “cachondeo”. El nombre de la nave (y la serie) es un divertidísimo juego de palabras que ya hizo Antonio Ozores en “El Debate sobre el Estado de la Nación” (Onda Cero) hace como quince años. Todo el mundo sabe que las comedias de éxito siempre tienen que tener un título gracioso y chispeante, como por ejemplo “Cheers”, “Roseanne”, “Friends”, “Family Matters”, “How I met your mother”…

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Lo primero que a un gran porcentaje del público objetivo se le viene a la cabeza es El Enano Rojo, una serie que en su momento la pusieron en España y no hizo mucho ruido (salvo quizás en Cataluña, donde todas las series dobladas al catalán son grandes y maravillosos clásicos). Sí, la veíamos, porque veíamos todo lo que ponían por la tele sin pedir gran cosa. Años más tarde, el bendito internet la convierte no ya en una serie de culto, sino en el típico pastel de nostalgia y adoración por parte del público español (Viruete incluido; joder, el enemigo en casa). Además, ya repusieron El Gran Héroe Americano y comprobamos que no hacía tanta gracia como nos empeñábamos en recordar; había que coger otra cosa.
El reparto está muy bien elegido. En concepto de contentar al público objetivo, me refiero, no a que lo hagan bien o mal. Tenemos a un miembro de Muchachada Nui, a una rubia maciza, a Los Managers (sí, de esa peli que hicieron Paco León y Fran Perea, no finjáis que la habéis olvidado) y… bueno, y unos que hacen relleno. Entre ellos el protagonista. También tenemos a una de Las Veneno, que es de esas a las que se le puede poner un papel de borde y grosera y no desentona. Eso cuando no se puede contratar a Loles León, claro.
Vamos allá con el argumento de la serie: La Tierra se va a la mierda. Una nave llena de colonos intenta encontrar un planeta al que podernos mudar, por orden del presidente de los Estados Unidos del Mundo, Macaulay Culkin III (bueno, lo escriben mal, no sé si por dar risa o para evitar problemas legales), un señor que se ha cambiado de sexo dos veces. Porque ante todo, el humor patrio tiene que tener sexo de por medio. Mal empezamos si ya desde la intro de la serie nos meten chistes sobre la fiebre inmobiliaria, la referencia a Benidorm como una de “las grandes ciudades del mundo”, un cambio de sexo y… por favor, ¿”MACAULAY CULKIN III”? ¿Pero a qué viene eso? La gracia me parecería floja si viniera de Padre de Familia, pero al menos me imagino que allí tendrán más noticias sobre el Culkin original. Lo que es en España, no sólo me parece fuera de lugar, sino desfasada a más no poder. ¿Por qué no hacer un chiste de Solchaga, ya puestos?
Bueno, les voy a explicar a grandes rasgos a lo que huele cada episodio. En la mayoría de series norteamericanas, sobre todo las comedias, el equipo de guionistas se reúne, sacan tramas y dicen cuanta chorrada se les viene a la cabeza. Las apuntan y las vuelven a decir, descartando aquellas que no tienen gracia la segunda vez. Después van depurando sus notas y se quedan con lo mejor, con humor de triple destilación. Y así es como uno ve un episodio de Futurama y se descojona, porque ha habido un grupo de gente repitiéndose cada chiste hasta la arcada, sólo para ver si seguía siendo gracioso y merecía la pena. Pero, ¿Adivinan lo que pasa con toda esa paja que va cayendo en el proceso? Que la echan a un cesto y se la venden a Alex de la Iglesia, a precio de saldo. Y él va tan contento con su cestito, lo vuelca encima de la mesa, los guionistas se ponen a hilvanar con hilo grueso y se recicla el contenido en una serie.
Sólo así se explica que las tramas tengan algo de interés inicial, pero se vayan de las manos a alguien que no sabe si quiere hacer una comedia de situación o una serie de ciencia ficción. Porque no hay suficientes chistes, ni buenos diálogos, ni agilidad alguna a bordo de la Pluton BRB Nero para ser una telecomedia. Para empezar, las escenas duran dos o tres veces más de lo necesario, con lo cuál los chistes o se quedan cortos o se alargan hasta la eternidad, y muchas veces tiran de tópico para seguir. El ejemplo que me viene a la cabeza es el de los tres tíos embarazados: ¿no hizo DeVito en Junior todos los chistes posibles? Pues contaba con una hora y media de película. Imaginen eso en unos diez o quince minutos, parece el Un, Dos, Tres del gag, puede que como “homenaje” a Ibáñez Serrador: “Por 2,7 euros, cosas graciosas que podría decir un hombre embarazado de un alien”. Ponen al reparto ahí, y hala, a soltar hasta que toquen campana y se acabó.

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Los personajes son puro arquetipo. Pero no arquetipo de “ja, ja, qué parodia tan original”, no: arquetipos de “joder, qué pocas ganas de pensar”. Los oficiales de la nave se llaman Valladares y Querejeta (aunque el presidente se llama Culkin; es que los nombres así como muy españoles, de oficinista, quedan mejor), capitán el primero y pobre diablo el segundo.
El capitán es… vamos a ver, es una especie de Zapp Branigan descafeinado. Imagino que en el cestillo de descartes no venía mucha cosa sobre ese personaje de Futurama, así que tampoco es cuestión de estrujarse la mollera: es un poco jeta, un poco incompetente, como que no se entera de las cosas, algunas veces mete la pata y, por supuesto, se hace pajas viendo porno en su dormitorio. Con todos esos ingredientes y un poquito de aceite de oliva (por aquello de que se note que somos españoles y reivindicamos el producto nacional), el plato principal está listo. El resto del menú sale solito.
El suboficial es el típico funcionario que se lee todos los manuales y sigue el protocolo aunque le obliguen a cortar las uñas de los pies a su capitán. Es así como muy remilgadito y suele poner la puntilla a las frases de los demás. El capitán le suele mandar callar a menudo, sobre todo cuando tiene razón o le deja en mal lugar.
El mecánico es el típico personaje sabinesco. Es decir, piensen en Joaquín Sabina y lo visten de lo que sea, y ya está. Vividor, caradura, irrespetuoso, coquetea con todos los vicios posibles y tal. Descongela a unos colonos para desplumarlos jugando a las cartas (aprovechándose que la hibernación los tiene atontados). Eso sí, es un fiera en su trabajo, lo que pasa es que lo hace como le da la gana.
Los androides… bueno, a ver. Una es una tía buenorra sin más ni más, se aprende el papel y lo suelta; eso sí, es una tía dura. El otro tiene acento del sur de España; no es que sea un “ozú, pisha”, aquí no hay asistenta (no faltaría más, no jodamos), pero sí que te lo imaginas tomando un vinito y una ración de “camaronses” con los compadres. Para eso lleva cadenas de oro y peinado lolailo. Luego es un soseras de cojones.
El alienígena Roswell. Es un macarra y odia a los humanos. Tiene cuerpo de bebé y la cabeza del estrábico ese que ha hecho algunas veces de policía o encargado de seguridad, y que uno se pregunta por qué coño siguen pensando que resulta creíble en ese papel. ¿Es que no hacen exámenes oculares o qué? Bueno, pues siempre anda puteando a los tripulantes de la nave, pero como “es muy valioso”, no lo pueden matar. Y como hay que comprobar sus constantes vitales cada mes, lo sacan a la sala en la que están preguntándose qué coño pasa, para que “casualmente” les explique todo y se ría de ellos, dejando a los humanos de gilipollas y destructores, como pasa siempre que hay otras criaturas en pantalla (elfos, androides, etc.).

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Bueno, para concluir, las videoconferencias con La Tierra (el presidente o la grosera de la señora Valladares, siempre dejan al capitán de tonto y prescindible) están patrocinadas por Orange. No sólo aparece en un ladito de la pantalla, sino que a veces una voz en off te lo recuerda. Casi prefería a Verónica Sánchez comiendo chocolate Nestlé, con el envoltorio intacto de frente a cámara, preguntando a un cariacontecido Perea: “¿Quieres chocolate?” en medio de una escena dramática.
Lo que pretendía con este largo y pormenorizado texto era hacer ver que hablo con conocimiento de causa: efectivamente, he visto tres capítulos por internet, intentando dejar atrás todos los prejuicios. Pero mientras el de la Iglesia no tenga clara la receta, no vuelvo a pedir una sopa hecha por él. Y ahora, les dejo con la frasecita que más me ha sorprendido desde que se anunció esta serie:
Ya era hora, a ver si hacen más COMEDIAS DE CIENCIA FICCIÓN, que hacen falta. (¿¿¿¿????)
Quizás haya que hacer como Roswell y empezar a odiar a los humanos. Porque a la luz de afirmaciones como esa, sí que parece que somos un poquito gilipollas.