El manual del buen humano define “prejuicio” como “Sentimiento despreciable que sólo tienen los demás” y que, por tanto, es criticable. Cuando uno se agarra a ese clavo ardiendo denominado “objetividad”, y que en realidad sólo se puede utilizar para verdades realmente universales como “el fuego quema”, es tremendamente sencillo criticar un prejuicio. Seguro que Santiago Matamoros cada vez que iba a un cumpleaños (y porque no había blogs por aquel entonces) hablaba bien de los inmigrantes del sur.
Total, que sabemos que los prejuicios son malos, pero no sabemos que sólo algunos. Por ejemplo, alguien que se meta por sistema con los sudamericanos es un (puto) xenófobo (de mierda). Sin embargo, alguien que dedique todo su esfuerzo verbal y escrito a meterse con los (putos) norteamericanos (de mierda), es tan respetable como el que más. Por otra parte, sudaca es despectivo y yanki no. ¿Y esto por qué se hace? Porque los norteamericanos (comúnmente llamados “americanos”, y específica y correctamente “estadounidenses”, que cualquiera sabe que los canadienses son la hostia, ya se encargó Michael Moore de refregárnoslo por la cara) tienen dinero a espuertas, y los sudamericanos las pasan putas.
Pues eso también son prejuicios, señora. No sólo es estar discriminando a unos y otros países/continentes, es presuponer que los sudamericanos necesitan quién los defienda porque ellos solos, pobrecitos, están desvalidos frente a nuestros desarrollados insultos.
Lo mismo que nadie ve mal un cartel que diga “Se necesita dependienta”, pero pondría el grito en el cielo al encontrarse con uno que dijese “Se necesita dependiente”. No sólo es presuponer que un hombre no puede vender zapatos tan bien como una mujer, es asumir que vender zapatos es una cosa que sólo pueden hacer las mujeres. Ya saben, como limpiar, planchar o cocinar.
Otro prejuicio que nos pasan por las narices y ni siquiera olemos es el de “comercial”. El odio por lo comercial va más allá de los grupos musicales y las películas (que suelen ser “americanadas”), hasta llegar a las fiestas. Que alguien soltó alguna vez la tontería de que San Valentín es un invento de El Corte Inglés y cada año al llegar febrero lo tienes que oír (y leer, ahora con los blogs) unas quinientas veces. Es un razonamiento tan lúcido como que Halloween (con esta no se meten, ¿eh? ni siquiera la tachan de “americanada”) es un invento de jugueterías Poly para vender disfraces. Pero en fin, ahí andamos, con la manta liada al torrao y apedreando la navidad por ser falsa y comercial. Que lo que más jode no es gastarse los cuartos, lo que más jode es lo superficial que es esa felicidad impuesta por tradición. Seré feliz cuando me salga de las narices, no tengo por qué ser feliz una vez al año porque los demás lo digan. De hecho, no tengo por qué ser feliz ni hacer regalos. Menuda mierda de tradición, reunirse y regalarse cosas. En cambio, una tradición tan gilipollas como comer las uvas o gastarse un pastón indecente en ir a Kapital a enlatarse es sumamente respetable. Porque en nochevieja TODO EL MUNDO tiene que salir de fiesta y pasar una noche inolvidable, si no, estará empezando el año como un puto perdedor.
¿Y QUÉ si algo es comercial? ¿Qué es lo criticable, montar un negocio para ganar dinero? ¿Quizá piensan que Joaquín Sabina no es comercial sólo porque dice tacos, se droga(ba) y vota a Izquierda Unida? ¿Por qué nunca se considera “comercial” una de esas superseries de la tele que tanto culto levantan? ¿Por qué tanto odio a lo comercial, porque la maquetucha que grabó tu novio no ha ido a ninguna parte, y os habéis montado el autoengaño de que son artistas auténticos? ¿Es que para ser músico y respetable hay que ser un muerto de hambre?
Bah, que le follen. Me voy de puente con la señora Week. Pásenlo bien, muchachos/as, y nos vemos a la vuelta.