Anoche quedé con mi primo Diego. Era algo que llevábamos planeando unos ocho meses, desde aquella tarde, echando una partida conjunta al “The Warriors” de PlayStation 2. Empezó como broma, de ahí pasó al “no jodas que no molaría”, después al “no, venga… no es plan”, al “no hay cojones” y finalmente a la noche de ayer.
La Noche de la Venganza Ciudadana.
¿Alguna vez os habéis tomado la justicia por vuestra mano? Quiero decir, aparte de levantaros del suelo en el campito de fútbol 7 y devolverle el patadón a Alberto. Pues nosotros lo hicimos anoche. Los putos justicieros enmascarados, los superhéroes de la noche tonta de los huevos. Y no es una forma de hablar, es que fue de huevos la cosa.
Decía NmteC que últimamente parecía yo como muy dispuesto a meterme con las cosas que no me gustaban o me jodían. Pues anoche pasé a la fase 2 y oye, más suave que un tranchette me quedé. Entre las risas, la descarga de adrenalina y la satisfacción del deber cumplido, no me queda sino dejar constancia en PYJAMARAMA! de la ardua labor que desarrollamos ayer, en fresca noche madrileña, equipados con braga de motorista, casco, motaco Yamaha de a saber qué historia (que yo no entiendo de motos), y una maravillosa provisión de huevos podridos.
¿A alguien le molestan los coches que, a altas horas de la madrugada, van por ahí jodiendo la pavana con las ventanillas bajadas y la música punchancha a tope? A nosotros sí. De modo que dedicamos tres maravillosas y plenas horas de nuestra vida a pararnos en los semáforos al lado de este tipo de coches y pedirles que bajaran el volumen. Como pueden imaginar, las reacciones provocadas iban de lo basto a lo más basto, con amenazas, burlas, risotadas e incluso subir el volumen todavía más (¿es que esa gente no tiene tímpanos o qué?).
De modo que premiamos su buena ciudadanía con un huevito. A huevito por coche, total ocho coches, más uno que fallé y le di a la portezuela del conductor. Y aún nos sobraron tres, que los tiramos al final de la noche a una alcantarilla para que las ratas se dieran un festín. Después de cada proyectil, mi primo le daba gas y desaparecíamos de escena mientras los sorprendidos macarras no eran capaces de reaccionar, descojonándonos de la risa y gritando “¡VENGANZA CIUDADANA!”.
Puede que a partir de ahora nos busquen por la ciudad. Craso error, dado que mi primo vive fuera y en futuras visitas no volverá a traerse la misma moto. Puede que echen mano de sus contactos en internet para localizarme y darme una somanta de ostias, que eso poco me importa. Porque mis huesos ya se habrán soldado y sus coches seguirán oliendo a huevo podrido.
Y habrá más de vuestros coches apestando mañana. JO-JO-JO.