Paso porque haya tarados mentales que griten “¡guapaaaaaaa!” a una estatua de madera representando una virgen en los pasos de Semana Santa.
Paso porque la gente luzca a sus humildes santos patrones en oro de muchocientos kilates. Que mientras no sean becerros, no pasa nada.
Paso porque haya varias versiones de un mismo “personaje”, por así llamar a Jesucristo, como si fuesen chinos de la suerte “Yo tengo el Cristo del Amor” “Ay pues yo mi Cristo de la Salud“. Y así están el de los Cuatro Clavos, el de las Tres Caídas, el Jesucristo Super Saijan 3, el Jesucristo Bizarro que hace todo al revés de lo que dice – y que es el que más se ajusta al patrón, dado que en la cruz le decía a todo el mundo “Dejadme, dejadme morir” cuando lo que estaba intentando decir era “Chavales, alzaos en armas y bajadme de aquí, que me va a dar una solanera.” -, y un largo etcétera que florecen en cofradías, que son como las peñas en las fiestas de un pueblo, sólo que con mascota incluida.
Paso porque los abanderados del creciente rechazo por la religión y ese estupendiástico escepticismo general, que tanto cuestiona y ataca con marcado sarcasmo, no le pongan peros a los festivos por motivos religiosos, tales como Navidad, Epifanía (Reyes), Semana Santa, Patronas… DOMINGOS… (hay que ver lo útiles que son a veces esas mentiras que la iglesia nos hace creer, ¿eh? ¿A que ningún autoproclamado “ateo” o, válgame la edad del pavo, “satánico” se ha planteado boicotear a esa odiosa religión yendo a trabajar en festivo? Pues hala, ahí tienen la idea, de parte de su amistoso vecino Wally Week.)
Paso porque haya quien opina que los sacerdotes son hombres sabios porque se limitan a expeler demagogia en plan monólogo de “el club de la tragedia”, con sus verdades del barquero sobre lo virtuosos y desinteresados que hay que ser para alcanzar la gloria eterna individual. Algo similar a luchar por la paz.
Pero si hay una historieta con tintes religiosos que me hace perder los estribos es el puñetero Camino de Santiago, una especie de carrera de fondo o gincana (no olviden seguir las conchas, hacer las cruces en el pórtico, darle un abrazo al santo y buscar las tres monedas de un céntimo en el cuenco lleno de harina sin usar las manos), rodeado de misticismo y que no deja de ser un interraíl a pata y palitroque, es decir, el típico viaje buenrollista que todo el mundo quiere hacer antes de escribir su novela y plantar su árbol, para sentirse completamente realizado.
Y ahora, con esto de los blogs, la cantidad de entradas (fotográficas y filosóficas) que se abren ante usted tras haber seguido el camino de vieiras son incontables. Las mismas anécdotas de todos los viajes, aderezadas con la nunca desdeñable especia del presumir de un logro físico (me he hecho 60 km. en bici, he estado tres horas jugando al squash, me como la cayena – o cualquier cosa picante – a manojillos y apenas noto un hormigueo…) se suman a las historias preferidas de la humanidad: desgracias personales. Qué sería de nosotros si no pudiésemos recordar aquella tendinitis, aquella semipulmonía porque durante el viaje nos llovió todo el rato, aquella sobresaturación de rozaduras y vejigas que nos dejaron los pies como dos tortillas francesas…
Paso por muchas cosas. Pero jamás, ni maniatado y con una pistola en la nuca, pasaré esa soberana estupidez profundista que dicen los caminantes con los ojos húmedos y sintiéndose, por un momento, mejores personas por haberse dado una caminata en vacaciones:

En el Camino de Santiago te reencuentras contigo mismo.

Soltar esa perla y esperar que yo no me ría de usted es como intentar ocultar a mamá que fuma a base de mascar muchos chicles de menta y mandarinas para tapar el aliento. ¿Y si yo voy andando, por ejemplo, de León a Cádiz? ¿Me reencontraré conmigo mismo? ¿O esa caminata no vale? ¿Y qué se dice uno a sí mismo al reencontrarse? Probablemente: “¿Y no podías haberme venido a buscar en avión? El próximo año, al interraíl o a Londres, como todo el mundo. Que así también molas.”