Puede que muchos de ustedes (raro, si son lectores asiduos de Viruete.com) no conozca el producto estrella de Wizards of the Coast, el juego de cartas coleccionables Magic: El Encuentro. Aquello tan divertido de gastar maná en criaturas y conjuros con los que destruir a tu oponente, y con unas reglas que todo el que califique de enrevesadas demuestra que no ha jugado nunca a la puta Canasta (o al Copas, o a Mutilar a Doña Cebolla).
Precedentes: 1. el juego parece atraer principalmente a los repetidores (acojonante, normalmente sólo se dedicaban a fumar en los baños). 2. a Diego Asensio le roban todas sus cartas en el portal de su casa, a punta de navaja. 3. el propio hijo del gran Don Alfonso, a quien en un sentido homenaje a Ibáñez llamaremos Alfonsito Dividendo, se plancha mil duros en fabricarse un mazo de sesenta cartas.
Avanti con la historia: hacia las doce de la mañana de un día cualquiera, Don Alfonso entra en la clase damnificada (la de mayor número de jugadores, incluido Alfonsito Dividendo; Diego era de otra clase, pero a quién vamos a engañar, no le importaba a nadie), 8º A. Parece serio, y no porque le hayan destituido de su cátedra de religión mencionada la semana pasada en este mismo espacio.
– Buenos días, quería decirles unas palabras acerca de una moda reciente. ¿Quién juega, colecciona o tiene las “cartas mágicas”? (las manos se alzan tímidas, como en el anuncio en que preguntaban de quién era el condón) Bien, permítanme una para que le eche un vistazo (alguien le pasa un Bosque). ¿Cuánto cuesta exactamente esto?
15 pesetas, porque es común. Luego depende, las hay baratas y las hay muy caras, hasta una que cuesta 42000 pelas (dicho con orgullo, y eso que aproximadamente es lo que viene a costar un sello con la cara de Favila).
Don Alfonso medita unos instantes, mientras la frase “*Tap* to add a *green mana* to your mana pool” gira en su cabeza, que lucha por encontrarle algún significado. De pronto, la desesperanza e incomprensión se torna ira y, arrojando la carta sobre el pupitre más cercano, se pone hecho un basilisco, y nadie se atreve a bloquearle, porque bien sabido es que toda criatura que bloquee o sea bloqueada por el basilisco, deberá ser enterrada al final del combate.
¡Esto vale un duro! ¡UN DURO, SEÑORES! ¡Es un trozo de cartón con un dibujito y letras! ¡Si ustedes pagan más de un duro, es que son TONTOS! ¡SON USTEDES TOOOOOOONTOS!
Y a continuación, el mayor tirón de manta desde que Garganta Profunda le sacase los colores a Nixon. Atención a la teoría, porque se podría inflar hasta tocar financiaciones de grupos terroristas e incluso la infame Área 51.
– ¡Esto son imprentas clandestinas que sacan miles de planchas de estas a bajo precio, y luego embaucan a los niños, les meten el rollo del uno, del otro… se las dan por diez pesetas a una compañía, esta las vende a las tiendas por cinco duros, luego pagan a chavales para que se las metan por los ojos a los demás, y los engañan a tooooodos! ¡SON USTEDES TOOOOOOOONTOS! ¡Esto vale UN DUUUUURO! ¡Ya tienen ustedes edad, y un colgajo bien grande, para estar gastándose el dinero en jugar con cartitas y cromitos! ¡Todo esto es una mafia, y los están timando de la forma más tonta! ¡Es un timo! ¡Se han metido en UN ROL, señores!
Tras esta determinante frase, que pretendía ser lapidaria a costa del en aquella época malogrado mundo del juego de rol (gracias a los pollabobas esos que mataron a un pobre hombre en una parada de autobús), las cartas Magic, que en realidad nunca fueron un juego de rol – a menos que a gastarse ingentes sumas de dinero en cartitas y cromitos se considere “interpretar un personaje”- quedaron terminalmente prohibidas en el colegio, con lo cuál sólo se consiguió aumentar la espectación y que fuésemos más los tontos que desoían la llamada de su supuesto gran colgajo. Al año siguiente, la moda terminó. Los repetidores y sus lameculos abandonaron Kird Apes, Counterspells y Disenchants en pro de una nueva y jocosa moda: los porros.
Poco más tarde, Don Alfonso partió a fundar su propia empresa (la hoy exitosa Alfedel), y nadie entró nunca a explicarnos de dónde sacan el hachís los de Wizards of the Coast, ni cuál es su precio real, ni su auténtica composición. Por tanto, la gente se infló a porros y acabaron todos apollardaos.