GAUNTLET

Que el mago pille las pócimas

joseviruete - 6/08/02

Seguro que, entre las horas perdidas en vuestra infancia jugando con el ordenador, hay algún título que brillaba por encima de los demás. Puede que no fuera el mejor juego, o el que más os gustaba, pero era al que más jugábais y el que más os sacaba de vuestras casillas. Para mí, ese juego era Gauntlet.

Gauntlet se lanzó en 1985, una época en la que los videojuegos comenzaban a perder mucho público. Y seguro que con este diabólico invento Atari (la casa creadora) consiguió recaudar unas cantidades inusitadas de dinero, más que nada por la capacidad de continuar las partidas. Pero ya hablaremos de esto más adelante. Una de las glorias de este juego fue aparecer en la olvidada serie El Jinete de acero.

Al comenzar la partida podíamos elegir entre 4 personajes, que representaban esos arquetipos sobadísimos de la fantasía heróica y que siguen presentes hoy en día gracias a los que juegan al Dungeons and Dragons u otros juegos de rol.

Thor era el guerrero. ¡Anda que ya les vale! Se podían haber currado un nombre más original. Si no lo llamaron Conan fue por que les caería una denuncia de los poseedores de la marca. Thor era muy fuerte pero un poco gilipollas, y no usaba bien las pócimas. De pequeño le pegaban en el colegio y le llamaban "Thortilla", así que de mayor se metió a un gimnasio, pues esos complejos son difíciles de sacudir. Antes de ser aventurero trabajaba en el Telepizza.

La Valkiria se llamaba Thyra. Era rubia de bote, y aunque todos los personajes varones le tiraban los tejos, en relidad era lesbiana (no veas que risa cuando se enteraron). La valkiria quería entrar en "El tiempo es oro", pero se equivocó de puerta y entro en el casting de Gauntlet. Creo que le fue mejor: ahora todos la recordamos con cariño en vez de con odio.
Questor era el elfo. En realidad no era elfo, sus orejas eran de pega, como las de Spock. Questar se hacía pasar por elfo para ligar, pues hay a quien le da morbo el tema. Nuestro amiguete era muy bueno con el arco y competente con el uso de pócimas. O sea ni chicha ni limoná. Iba de verde y era un poco chulo.
El mago se llamaba... Merlín. Otro caso de extrema originalidad, o de pensar que la gente es imbécil: "Como es mago, lo llamamos Merlín y así queda más claro". Oiga, que en cuanto vemos al tío con barbas y túnica ya nos lo imaginamos, podrían haberlo llamado Antonio Cabeza de Vaca que hubiera dado igual. El mago hacía estragos con las pócimas, pero le ponían las pilas en el cuerpo a cuerpo. ¡Que uno ya no está para estos trotes!

De la mecánica del juego, sin embargo, poco vamos a hablar, pues seguro que todos la conocéis. Hablemos, pues, de las sensaciones y emociones que producía. Para comenzar, la adicción. El número de fases en el juego era infinito, y cuando a uno le mataban, siempre tenía ganas de seguir un poco más, lo que provocaba tener que echar otra puta moneda. Eso en la máquina, porque los que jugábamos en la consola o en el ordenador podíamos continuar por todo el morro, con lo que nos pasábamos horas y horas jugando.

¿Doctor Venkman? Tenemos una emergencia.

Esto nos lleva a otra de las emociones: la frustración. Tarde o temprano, había que apagar el ordenador para ir a la cama. La comida no presentaba problemas, pero había que dormir, y no se podía dejar el ordenata encendido, no fuera a fundirse. Con lo cual esas 4, 5, 6 horas que habíamos empleado jugando con nuestro primo o colega quedaban reducidas a la nada y a un "mañana quedamos". La última sensación que recuerdo con más fuerza era el puro terror. El terror de enfrentarse a "La muerte", ese enemigo vestido de negro que te seguía como un perrito faldero con la malévola intención de hacerte pupita en el diodenorl. En alguna fase, había varias encerradas tras alguna puerta, esperándote, y no te quedaba más remedio que abrir esa puerta y salir corriendo a toda hostia, rezando para que no te pillasen. Subidón de adernalina.

Antes he mencionado que las partidas se solían jugar a dobles, con los primos, hermanos o amigos. A pesar de que el juego incluía la increíble opción de jugar simultáneamente hasta ¡4 jugadores!, solía ser desechada debido a la incomodidad de tener tantas manos en el teclado, con lo cual se reducía a 2, como mucho 3 jugadores.

Suficientes para pasarse toda la tarde del sábado dale que te pego. Habrá quien piense que jugar juntos favorece la colaboración entre los jugadores.

Nada más lejos de la realidad. Aunque en principio se solía aceptar ciertas reglas en cuanto al reparto de tesoros y comidas, pronto eran infligidas. Las sesiones de juego solían acabar en piques cuando un jugador pasaba de su compañero por coger tesoro, cuando alguien se dedicaba a pillar toda la comida que pudiera, en detrimento del jugador más débil o cuando se infligía la sagrada norma de "las pócimas que las coja el mago". Caldo de cultivo sin duda para todo tipo de matanzas y tragedias familiares, con las que nos deleita el excelente programa Gente de la primera.

El legado de Gauntlet perduró en su segunda y mejorada parte, y en el extraño Gauntlet III, dónde ya podías escoger entre 8 personajes y era en 3D, y en de los cientos del clones que aparecieron para el Spectrum & Cia: Dandy, Gothic, Duet, Druid o Ranarama (ese molaba mucho)... Más adelante llegó el Doom, que no era más que el Gauntlet con otro punto de vista y en plan moderno. ¿O no iba de ir por un laberinto matando bichos? Pues eso. También está el Gauntlet Legends, que por fortuna tuvo una buena acogida y nos hizo volver a viciarnos a la consola. Y eso que como yo digo siempre "no me gustan los videojuegos". Un servidor incluso militó como vocalista en un grupo llamado así, en honor a título que hoy nos ocupa.. Sí, hay cosas que tenemos grabados como estigmas.Y no nos creáis, que soy de los que se baja los juegos antiguos no sólo por nostlagia, si no porque le gustan. Así que lo tengo fresquito. Como que he jugado hoy mismo...

 

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